ABC (Andalucía)

IDEOLOGÍAS DIVERGENTE­S

Hay gente repartiend­o carnés y manuales de uso sobre ser el perfecto negro o la perfecta feminista

- ROSA BELMONTE

LOS racistas negros son muy suyos. A Serena Williams le afearon que se casara con el blanco Alexis Ohanian, uno de los cofundador­es de Reddit. La portada del último Vogue (el de febrero) está dedicada a la tenista y a la hija de ambos, Alexis Olympia Ohanian Jr. Ponle nombre, si eso. Da igual. Ella la llama Olympia y él, Jr. Pero los racistas negros tienen un nuevo objetivo: Malia Obama. La hija del presidente se ha echado novio en Harvard. Un novio todavía más de cuna meneada que ella. Rory Farquharso­n es hijo de un banquero británico. Y muy blanco. Algunos activistas de Black Lives Matter están cabreados con ese noviazgo. Con que una negra de alta gama, como dicen los paletos de los coches caros, salga con un blanco. Que está desacredit­ando a la comunidad afroameric­ana, hombre.

Estos negros dando carnés y manuales de uso sobre lo que significa ser negro son como las feministas que hacen lo mismo sobre cuáles deben ser las reivindica­ciones de la mujer. Si hasta la edad nos hace diferentes. Leticia Dolera (pobrecita, tan pelma) hablaba en los Feroz de lo difícil que es ser actriz si tienes más de 35 años. Nicole Kidman reivindicó en los SAG Awards a las actrices de más de 40. Y la gran Adelfa Calvo, también en los Feroz, hizo esta dedicatori­a: «A todas las mujeres que han cumplido ya 50 y quieren soñar. Y, sobre todo, a nosotras, las actrices, que no se nos juzgue por los años, ni por el peso, ni por el físico. Que se nos juzgue con igualdad». Adelfa Calvo, hija de Adelfa Soto y nieta de la Niña de la Puebla, aceptó en El autor un desnudo que sorprende. Pero sorprende como el de Kathy Bates en A propósito de Schmidt. O como el culo horroroso de Javier Gutiérrez también en El autor. Hay que reconocer la igualdad entre el protagonis­ta hombre y la secundaria mujer.

En el último capítulo de la guerra franco-americana, Emmanuel Seigner, la mujer de Polanski, se queda con las francesas y critica el puritanism­o americano. También dice que el manifiesto de Catherine Deneuve y compañía «no estaba muy bien escrito» y lamenta que alguna ceporra haya banalizado la violación. Pero está con Deneuve. Subraya que hay una gran diferencia cultural entre EE.UU. y Europa. Eso es viejo. Recordaba el otro día Agnès Poirier en El País que Simone de Beauvoir veía a las estadounid­enses con perplejida­d en América día a día. Creía que sentían desprecio por las francesas «siempre demasiado dispuestas a agradar a sus hombres y demasiado complacien­tes con sus caprichos, y muchas veces tienen razón, pero la ansiedad con la que se aferran a su pedestal moral es una debilidad».

Mary McCarthy se rebotó y llamó a Simone de Beauvoir «Mademoisel­le Gulliver en América». Pero años después hubo una Mrs. Gulliver en Francia: Olivia de Havilland. También escribió sobre el choque cultural cuando se trasladó a París. En Todos los franceses tienen uno (Confluenci­as) hay un capítulo dedicado a los sujetadore­s. A cómo las americanas y las francesas trataban su pecho. Las primeras resaltándo­lo; las segundas, ocultándol­o. «Dos ideologías divergente­s». Recordaba que se vestía en Dior y que no sabía quién había conseguido aplanarle más el pecho, si Christian Dior, Saint-Laurent o Marc Bohan. «Los franceses piensan que las chicas son chicas y las vacas son vacas». Una vez fue al Lido y señaló a su marido francés que sólo una de las artistas tenía las tetas grandes. «Sí, ¿y no eran horribles?», replicó él. Estoy segura de que si nos pusiéramos a discutir sobre tetas acabaríamo­s igual que con el feminismo o el racismo.

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