Mueller interroga al fiscal general y estrecha el cerco sobre Trump
La interpelación a Jeff Sessions durante más de siete horas la semana pasada busca pruebas de una posible obstrucción a la Justicia
Controlado por ahora el fuego del último incendio político, el del fuerte choque partidista por la inmigración que cerró tres días el Gobierno Federal, Washington vuelve la vista al otro frente que amenaza el Capitolio y la Casa Blanca: la investigación de la llamada trama rusa.
Todavía ayer, Trump tenía motivos para cantar victoria momentánea. El paisaje después de la última batalla, además de garantizar el sueldo unas semanas más a millones de funcionarios, consolida su anunciado endurecimiento de la estrategia de inmigración, refuerza a sus aliados republicanos y debilita al enemigo demócrata. Sin contrapartida tangible, la dividida minoría parece hoy más minoría. Pero en la zarandeada política estadounidense no hay respiro.
La sombra de un posible delito de obstrucción a la Justicia sigue apuntando al primer gobernante de la nación. Un intenso interrogatorio de Robert Mueller al fiscal general, Jeff Sessions, realizado hace unos días, aunque conocido ayer, estrecha el cerco sobre la Casa Blanca. El fiscal especial no ceja en su empeño de convertir los indicios contra Trump en pruebas.
Contactos con el Kremlin
El también jefe del Departamento de Justicia se ha convertido en el primer miembro de esta Administración interrogado por Mueller. Ocho meses después de que el exdirector del FBI iniciara las pesquisas al frente del órgano investigador, paradójicamente impulsado por el mismo departamento, el fiscal especial continúa con su escalada jerárquica.
Hasta ahora, cuatro integrantes del equipo de campaña del candidato republicano han sido inculpados por distintos niveles de contacto con autoridades o colaboradores del Kremlin, aunque por diferentes razones. Paul Manafort, exdirector de la campaña electoral durante varios meses, y su más estrecho colaborador, Rick Gates, están acusados de enriquecerse de forma ilícita con ayuda de aliados de Putin en Ucrania; Michael Flynn, el dimitido Asesor de Seguridad Nacional y muy cercano a las autoridades de Moscú, afronta diversos cargos, tanto por corrupción como por ayuda a gobiernos extranjeros. Por último, George Papadopoulos, asesor de Trump en política exterior durante la campaña, reconoció haber mentido al FBI y llegó a un acuerdo de confesión, para reconocer, entre otras cosas, que el Kremlin le había ofrecido un informe contra Hillary Clinton, de manera interpuesta.
Falta de sinceridad
El interrogatorio del fiscal especial a Sessions, que se prolongó durante más de siete horas y al que el jefe del Departamento de Justicia acudió con su abogado, Chuck Cooper, constituye un salto cualitativo. El interés de Mueller se centra, primero, en desentrañar la verdadera participación del ahora fiscal general en la presunta connivencia con Rusia del equipo de campaña de Trump, en el que Jeff Sessions ejercía de primer asesor en la estrategia política.
Los antecedentes no avalan la sinceridad del entonces senador republicano por Alabama, quien ya rectificó una primera declaración ante el comité de la cámara alta encargado de aprobar su nombramiento como fiscal general.
Después de asegurar que no había mantenido nunca contactos con autoridades rusas durante el proceso electoral, una información periodística le obligó a reconocer que se había entrevistado al menos dos veces con el entonces embajador ruso en Washington, Sergey Kislyak. Y está en duda todavía su segunda aseveración posterior, consistente en negar que durante esas conversaciones se hubiese hablado de la estrategia electoral y de la campaña. El hombre clave de Moscú en Estados Unidos, que dejó de ser embajador hace unos meses, transmitió a sus superiores en el Gobierno ruso que sí habían hablado del asunto, según han asegurado distintas fuentes.
Aunque para el fiscal especial, es el papel de Sessions como integrante de la Administración Trump el que puede abrirle la puerta a la caza mayor de su investigación. En su objetivo principal de probar la presunta obstrucción a la Justicia del presidente, el fiscal general compareció ante Mueller
como uno de los testigos (y quizá ejecutores) del todavía oscuro proceso de destitución de James Comey como director del FBI.
La decisión de Trump, que se convirtió en potencial prueba cuando el propio presidente de EE.UU. reconoció en una entrevista televisiva que había relevado al jefe de la oficina federal por «esa cosa rusa», se materializó con los argumentos y la firma del fiscal general adjunto, Rod Rosenstein, después de que Sessions se hubiese inhibido del caso al reconocer sus contactos rusos. Sin embargo, el jefe de la Justicia estadounidense reconocería después que había mantenido una reunión en el Despacho Oval para abordar el asunto, previa a la decisión final del presidente.
La furia presidencial
Previamente, desde que Sessions diera a conocer su decisión de apartarse formalmente de la llamada trama rusa, la furia de Trump se ha cebado con el fiscal general. Durante algunos días, en un intento de forzar su dimisión, el presidente llegó a humillar públicamente en Twitter a su brazo derecho durante la campaña, con acusaciones de «deslealtad» y con afirmaciones como esta: «Si llego a saber, hubiera designado a otro fiscal general». Además de exigirle repetidas veces que reabriera el caso de los correos elec-
La investigación sube un peldaño Sessions es el primer miembro de la actual Administración al que interroga el fiscal especial
El presidente, triunfalista Trump canta victoria tras la crisis de la inmigración, pero sigue la amenaza de cierre del Gobierno
trónicos de su rival en las eleccionees, la demócrata Hillary Clinton.
Mientras la investigación de Mueller avanza, el Congreso estadounidense vive una tensa calma. El débil acuerdo para evitar el cierre del Gobierno Federal mantiene la espada de Damocles sobre millones de funcionarios y sobre los «dreamers». El compromiso verbal republicano de buscar una solución para que los 800.000 jóvenes inmigrantes reciban un estatus legal definitivo en el país está a prueba. Los líderes del partido mayoritario están crecidos, conscientes de que su pulso ha debilitado a los demócratas. Aunque asumen un desgaste en pérdida de apoyos propios.
La consolidación del caucus responsable de resolver esta crisis, que con el significativo nombre de «Sentido común» agrupa a moderados de ambos partidos, supone una vía de agua para la homogeneidad de ambos. Y aunque Trump mire también al futuro confiado, en sólo tres semanas volverá la amenaza si no hay acuerdo. Y será para todos.