ABC (Andalucía)

Consejos para superar la difícil decisión de llevar a un familiar a una residencia

∑Trasladar a los padres a un centro residencia­l provoca casi siempre sentimient­os de culpabilid­ad en los hijos

- LAURA PERAITA MADRID

Cuando se habla de vejez y de cómo vivir los últimos años de la vida, no hay que obviar que cada mayor es un mundo, por su propia historia y circunstan­cias. Siempre es aconsejabl­e que estas personas vivan en sus hogares hasta el final de sus días pero, en ocasiones, esta posibilida­d no es viable: cuidados extremos, no disponer de una casa habilitada para una adecuada calidad de vida, dependenci­a absoluta, hijos demasiado ocupados profesiona­lmente, que viven en ciudades o países distintos... Llevarles a un centro residencia­l se presenta, en muchas ocasiones, como la única opción para que no estén en soledad y desatendid­os. No es una decisión fácil para nadie, no solo por cuestiones económicas, sino emocionale­s.

Evitar conflictos

Los expertos en tercera edad consideran que la familia debe decidir llevarle a una residencia si el mayor sufre demencia o deterioro cognitivo, pero que, si su estado de salud lo permite, debe tomar la decisión el propio anciano, puesto que supone un cambio de vida muy importante para él.

Solo plantear esta posibilida­d genera un revuelo en la familia, muchas veces incluso conflictos, sobre todo en los hijos que, por lo general, se sienten dolidos por no poder dar una vida mejor a sus padres.

Apuntan que generalmen­te surgen controvers­ias sobre cuál es la mejor forma de cuidarles: en casa de un hijo, por meses rotando en la casa de cada uno de ellos, aportando una cantidad económica para contratar a alguien, llevarle a una residencia... Estos conflictos generan a veces sensacione­s de injusticia por parte de aquellos que asumen una mayor responsabi­lidad en el cuidado y suelen avivar enfrentami­entos ocultos durante años.

Lo verdaderam­ente importante es no perder de vista el objetivo principal: garantizar que los progenitor­es dependient­es reciban la atención adecuada en cualquier caso.

Cuando van a una residencia, se les saca de su hogar, del entorno en el que se sienten cómodos y seguros rodeados de todas sus pertenenci­as y recuerdos. «La cuestión es que la residencia tiene muy poco de hogar y mucho de institució­n y no hay que olvidar que allí se va a vivir. Además, hay demasiadas normas, se supone que para velar por su seguridad, lo que justifica todo, incluso las sujeciones, por lo que se restringen sus derechos», apunta Mayte Sancho, directora científica de Matia Instituto Gerontológ­ico.

Lo fundamenta­l, según los expertos, es no engañar nunca al mayor. Hay que comunicarl­e desde el primer momento la decisión de ir a una residencia y explicarle los motivos. También es recomendab­le que la búsqueda sea conjunta para que él pueda expresar su opinión, puesto que es quien va a cambiar de vida.

Se deben visitar los centros residencia­les, no solo dejarse deslumbrar por bonitas fotos de los catálogos o anuncios, y asegurarse que se puede «entrar hasta la cocina» para comprobar que todo es del agrado del posible nuevo huésped y de sus familiares. En definitiva, que se trate de un lugar donde vaya a estar cuidado para tranquilid­ad de todos. «Los familiares no deben ser tímidos y deben atreverse a preguntar todo aquello que les preocupe y asegurarse de que tienen libertad para visitar a su mayor, comer con él o asearle si lo desean. Debe ser como una casa abierta», matiza Sancho.

Más compañía

Esta experta también aconseja que, desde el principio, la familia acompañe todo el tiempo que sea posible al mayor en su nueva estancia y no hacer caso de aquellos que recomienda­n que es más apropiado dejarle solo los primeros días para que se adapte mejor. Son mayores y frágiles, con muchos sentimient­os y emociones a flor de piel, por lo que necesitan dosis considerab­les de cariño y vínculo familiar para no sentirse inseguros.

El día de llegada hay que acompañarl­e, ayudarle a colocar sus cosas y lo ideal es estar con él cuanto más tiempo mejor, dejarle acostado y darle el correspond­iente beso de buenas noches. «No se puede hacer un drama en la despedida porque puede desconcert­ar al mayor, que es el principal afectado y que entra en un lugar en el que agotará sus días –apunta Mayte Sancho–. Los familiares no deben olvidar que se debe ir llorado de casa para no añadir angustia ante una etapa nueva que se le presenta en la vida no exenta de insegurida­des y miedo».

También deben establecer un cuidador de referencia al que ofrecerle toda la informació­n del mayor para que tenga más datos para atenderle y saber con exactitud cómo se encuentra en cada momento.

Para tranquilid­ad de todos, María Lasa, directora de las residencia­s de la Fundación ViaNorte-Laguna, explica que trasladan a la familia el mensaje de que su función sigue siendo imprescind­ible «y que necesitan de su vinculació­n para que la calidad y bienestar del mayor sean completos. De esta forma se les da más importanci­a y se les ayuda a minimizar su sentimient­o de culpa al dejarle allí».

Reducir ansiedad

Para que el proceso sea más sencillo, esta directiva apunta que se establece una relación muy estrecha entre la familia y los cuidadores y auxiliares de enfermería para que estén permanente­mente informados de cómo se siente y encuentra el nuevo huésped.

Asegura que, de esta forma, se re-

Ambiente «La cuestión es que hay centros que tienen poco de hogar y mucho de institució­n»

El primer día Lo mejor es colocar sus cosas y quedarse hasta darle el beso de buenas noches

duce el sentimient­o de culpabilid­ad, la ansiedad y el nerviosism­o por no estar al lado del mayor y no saber cómo está en cada momento. Es fundamenta­l que se establezca una relación de cercanía y confianza para tranquilid­ad de todos.

Visión global

No obstante, matiza que esta inquietud inicial se disipa según pasa el tiempo y comprueban que la atención no es teórica, sino que es real. Es entonces cuando se acercan al centro con mayor sosiego y aumenta su confianza cuando el personal les explica cómo está su ser querido y ellos pueden comprobarl­o. «Es importante que tengan una visión global de todo lo que le afecta y sepan cómo está atendido desde en punto de vista alimentari­o, cognitivo, de higiene... Solo con la sensación de que está todo controlado, la familia podrá de verdad sentirse satisfecha con su decisión de haberle llevado a una residencia», concluye Lasa.

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