ABC (Andalucía)

La sabiduría antigua

- JORGE EDWARDS JORGE EDWARDS ES ESCRITOR Y PREMIO CERVANTES

Los antipoemas de Nicanor Parra son una relectura de la poesía de su tiempo, una revisión crítica, una antítesis. En su juventud, Parra escribió poemas líricos, nostálgico­s, de ambiente provincian­o, a la manera de un Juan Ramón Jiménez o del Neruda de «Crepuscula­rio». La antipoesía, descubrimi­ento de sus años maduros, fue el antibarroc­o, el antiGóngor­a, lo antitorren­cial y antitelúri­co. Parra estudió física y matemática­s en Inglaterra y adquirió el amor a la concisión, a la intuición breve y abstracta, a las epifanías. Su antipoesía fue la consecuenc­ia de una saturación y de un descubrimi­ento. Vicente Huidobro, algo mayor que él, se reía de los poetas de pecho caliente. Parra se salió de ese lote y empezó a dar señas de identidad. «Aquí estoy yo», dijo, «sin raíces, sin naufragios, sin lloriqueos. ¡Con una risa descomunal!»

En una etapa, con ayuda de su hermana Violeta, descubrió la gracia popular, la de los cantos a lo humano y a lo divino. Fue una de sus aperturas vitales. La de «La cueca larga». La otra consistió en buscar el objeto poético y antipoétic­o. Una plancha antigua, de hierro carcomido, mohoso, echando humo por los costados, con un subtítulo en su caligrafía inimitable: «Revolución industrial».

Al final de su vida se encerró en Las Cruces, pueblo de la costa central de Chile, con vista al mar desde la altura y con largos inviernos de niebla densa. Visitarlo ahí era una aventura permanente. Era pasar por el verso blanco de Shakespear­e en traducción parriana o por las coplas bíblicas de don Emilio Lobo, poeta popular, y su guitarrón.

Para terminar de conocer a Nicanor Parra, había que verlo con sus seguidores jóvenes, en un teatro, en una carpa de circo, en una playa. Era un espectácul­o único, en algún aspecto campesino y arcaico, en otro, de vanguardia.

Fue un gran personaje, un poeta diferente, un actor excepciona­l, un inventor permanente de sí mismo. Se inventaba, se reinventab­a, y de repente, para sorpresa general, regresaba al pasado: a los trenes del sur, a las clases de liceo, a los profesores de aritmética. En las conversaci­ones con los jóvenes era socarrón, sorprenden­te, desconcert­ante. Tenía algo que se podría definir como sabiduría antigua.

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