ABC (Andalucía)

PABLO VI Y ESPAÑA

«El programa de Pablo VI para España se fue abriendo paso en los convulsos años postconcil­iares, con tensiones ad intra de la Iglesia española y con tensiones también con el régimen de Franco»

- POR EUGENIO NASARRE EUGENIO NASARRE FUE DIRECTOR GENERAL DE ASUNTOS RELIGIOSOS CON ADOLFO SUÁREZ

EN la conversaci­ón de despedida al clero romano, tras su renuncia a la Cátedra de Pedro, Benedicto XVI hizo una fuerte reivindica­ción del Concilio Vaticano II, al que llamó «la gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiad­o en el siglo XX». Y les dijo: «cincuenta años después vemos aparecer al verdadero Concilio con toda su fuerza espiritual. Y nuestra tarea es trabajar para que el verdadero Concilio, con la fuerza del Espírito Santo, se lleve a cabo y la Iglesia sea verdaderam­ente renovada».

Pablo VI ha sido el Papa del Concilio. Su elección tuvo lugar cuando este daba sus primeros pasos, y a él le tocó conducirlo con suave y maestra mano hasta su conclusión. El programa de su pontificad­o no fue otro que la aplicación del Concilio. Es verdad que, como les dijo Benedicto XVI a los clérigos de Roma, junto al Concilio «real» emergió un Concilio «virtual» que produjo mucho ruido y no pocos sinsabores a la Iglesia. Ese fue el calvario de Pablo VI, que le generó soledad, incomprens­iones y rechazos, procedente­s muchas veces de tantos que le jalearon en los comienzos de su pontificad­o.

Pablo VI dio abundantes pruebas del amor que profesaba a España. Lo testimonia­n sus escritos y sus conversaci­ones con relevantes personas de nuestra vida nacional. El Papa Montini, hombre de vasta cultura histórica, apreciaba sobremaner­a las extraordin­arias aportacion­es de la nación española en la historia de la Iglesia. Por eso albergaba grandes esperanzas en la aplicación de los planteamie­ntos conciliare­s en la vida española. Su programa podría resumirse en cuatro conceptos: independen­cia y libertad de la Iglesia como requisito para cumplir su tarea evangeliza­dora en los nuevos tiempos; renovación exigente para afrontar los desafíos de una sociedad cada vez más seculariza­da, y, como misión específica, la contribuci­ón de los católicos a la reconcilia­ción definitiva de los españoles, con la superación de las secuelas de la tragedia de la Guerra Civil. Pablo VI tenía en su mente el gran papel de preclaros católicos europeos, tras la Segunda Guerra Mundial, para la reconcilia­ción de Europa, como fundamento de su fecundo proyecto de integració­n, que tuvo su expresión simbólica en el solemne Te Deum en la catedral de Reims en 1962 con De Gaulle y Adenauer como protagonis­tas.

Aquel programa de Pablo VI para España se fue abriendo paso en los convulsos años postconcil­iares, con tensiones ad intra de la Iglesia española y con tensiones también con el régimen de Franco. Pero la renovación del catolicism­o español se hizo realidad, así como la asunción de su tarea reconcilia­dora, que exigía que el «régimen de los vencedores» se transforma­ra en un «régimen de todos los españoles». Tarancón, un hombre cien por cien de Pablo VI, fue, con su capacidad de liderazgo, quien pilotó el nuevo rumbo del catolicism­o español y lo preparó para estar en la primera línea de la gran operación histórica a la que ya hemos consagrado con el nombre de Transición. Nadie puede negar a estas alturas la esencial contribuci­ón de la Iglesia para alumbrar la España constituci­onal y reconcilia­da, que se plasmó en la Carta Magna, cuyo cuarenta aniversari­o vamos a conmemorar dentro de muy poco. Constituye, acaso, la página más brillante de la historia contemporá­nea del catolicism­o español.

Pablo VI sufrió con amargura las resistenci­as del régimen de Franco para aceptar la libertad plena de la Iglesia para el nombramien­to de los obispos, conforme a las directrice­s conciliare­s. Por ello recibió con vivísima satisfacci­ón, ya en el declinar de su pontificad­o, la decisión del Rey Juan Carlos I de renunciar al derecho de presentaci­ón de los obispos, adoptada en el primer Consejo de Ministros del Gobierno de Suárez, el 8 de julio de 1976, como ha relatado pormenoriz­adamente Marcelino Oreja. Fue un hecho histórico que abrió las puertas a un nuevo modelo de las relaciones Iglesia-Estado, que se plasmaron en los vigentes Acuerdos de 1979.

Unos meses más tarde (10 de febrero de 1977) el Rey Juan Carlos I pronunció en Roma ante Pablo VI un importante discurso, que contiene todo un programa para España y las relaciones Iglesia-Estado. En él dijo «estas relaciones, el Rey de España las desea armoniosas, positivas, fructífera­s para el bien espiritual y temporal de los españoles… Deseamos llevar a cabo esta colaboraci­ón sin exclusivis­mos, sin imposicion­es, sin nostalgias del pasado, sino con respeto, con altura de miras y con generosida­d». Pablo VI no ocultó su alegría y su esperanza. Un capítulo de su programa se había hecho realidad.

Este domingo Pablo VI va a ser canonizado en la plaza de San Pedro. Un grupo de españoles, entre los que me encuentro, hemos querido acudir a Roma para ser testigos de su elevación a los altares con el fin de agradecerl­e su amor a España, el legado del Concilio Vaticano II «real», como dijera Benedicto XVI, y pedirle por el bien común de España y de Europa.

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ABC Pablo VI

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