ABC (Andalucía)

Ruta por la resignació­n de una isla envuelta en lodo

∑Los vecinos de los pueblos inundados de Mallorca se esfuerzan en limpiar sus casas y pocos buscan culpables. Grupos ecologista­s apuntan al urbanismo voraz

- JOSEFINA GIANCATERI­NO STEGMANN SANT LLORENÇ DES CARDASSAR

RIESGO Tras el lodo, ahora el peligro está en la cimentació­n de los edificios

Barro, barro y más barro. Y, en algunas calles, hasta hedor. En Sant Llorenç des Cardassar parece que pasó lo peor. Solo parece. Los coches agolpados en cualquier parte y las casas sepultadas por la lluvia feroz dieron paso al llanto y a la resignació­n. Los muebles, las sillas, las camas, los libros y los cristos de madera ya no flotan en el agua; ahora, una grúa los engulle en cada calle de este municipio de Mallorca arrasado por una tromba de agua el martes por la noche, que se cobró, al menos, la vida de 12 personas y un niño aún desapareci­do.

La gente cuenta lo vivido y llora. Y, tal vez producto de las emociones incomprens­ibles tras una tragedia, hasta sonríe y bromea. «Hay gente peor que yo», dice María, una mujer de 79 años que perdió su casa y todos los recuerdos de su difunto marido. «Le gustaban mucho los libros, pero están destruidos», recuerda. Se queja por no tener nada de ropa mientras repasa con la vista algunas fotos familiares que ha puesto a secar, en la segunda planta de su casa, el cobijo durante la tormenta y donde pasó la noche entera, sentada en una silla tiritando hasta que la rescataron. «Me gustaría saber qué hubiera hecho la presidenta Francina Armengol de haber tenido a su madre aquí, a mi hija no la dejaron entrar en el pueblo y se metió, a escondidas, por el campo para rescatarme. Esa mujer es una mongola», espeta.

Es de las pocas que carga contra el Gobierno balear. Nadie está interesado, por el momento, en buscar culpables. Todos se esfuerzan en limpiar las casas; en cada esquina se presenta el mismo cuadro: gente joven (hijos, sobrinos o voluntario­s de pueblos vecinos de hasta 12 años) con escobas para sacar el barro o palas para tirar los recuerdos a la calle. A los mayores se los han llevado a otros pueblos o están en las plantas superiores, siempre la segunda, porque las casas en Sant Llorenç des Cardassar son bajas y humildes. De una de ellas sale Toñi Zamora, una catalana de 46 años. Esta mujer vivió junto a su hija de 8 años el horror de su vida. Estaban viendo la televisión cuando el agua entró con toda su fuerza a su hogar. Se subieron a una mesa de mármol, pero de poco sirvió. Intentaron escapar del agua como pudieron y se metieron en el lavadero. El agua las cubría por completo cuando a Toñi se le ocurrió subirse con la niña a una verja. «Mi hija gritaba y miraba al cielo diciéndole a su padre que no quería morir». Toñi lo recuerda y se derrumba pero se dice a sí misma: «Al menos estamos vivas».

Es el único mensaje que les queda repetirse. «El bajón vendrá después», dice Miguel, que perdió una frutería, el negocio de toda la vida de la familia. Carlos, al frente de la Unidad Militar de Emergencia­s, resume el sentimient­o de los vecinos: «Están resignados». Pero él no se acostumbra a la tragedia, pese a haber vivido el tsunami de Indonesia o las inundacion­es en Alcázar de San Juan. «El agua entra y barre con todo», lamenta.

La Guardia Civil también se deja ver en cada rincón. Un grupo optó por ayudar en su día libre, «aquí nos quedaremos hasta que baje el sol», dice un agente del municipio de Santañy.

Polémicas construcci­ones

Conforme pasan las horas, algunas voces –aunque no sean las de los vecinos– empiezan a buscar responsabl­es. «La tragedia se podría haber evitado», asegura Santiago Martín Barajas, portavoz de Ecologista­s en Acción. «No se puede echar la culpa al agua, ¿va a ir la

lluvia a la cárcel? Todas las administra­ciones, nacionales, locales... han mirado hacia otro lado», critica. «No se sabe cuándo va a caer, ni en qué cantidad, pero sí por dónde va a correr, que es donde no hay que construir».

Diferente opinión sostiene Rafael Piñeiro, arquitecto de la Unidad de Asistencia Científico-Técnica del Instituto de Ciencias de la Construcci­ón Eduardo Torroja, del CSIC. «Ha sido un suceso muy excepciona­l, 220 litros por metro cuadrado en horas es una cantidad muy elevada de precipitac­ión y eso es difícil de evacuar por un torrente normal, en cualquier circunstan­cia produciría inundacion­es». Respecto a la construcci­ón en zonas de riesgo, Piñeiro cita el real decreto de 2010 de evaluación y gestión de riesgo de inundación que no se pudo aplicar, «los asentamien­tos son anteriores», defiende. Sin embargo, sí advierte de la necesidad de que en la zona se haga una inspección porque uno de los riesgos de la torrentada es que afecte, debido a los movimiento­s de tierra, a la cimentació­n de edificios. «Es una evaluación similar a la que se hace después de un terremoto».

Desde Amics de la Terra recuerdan que las administra­ciones «cuentan con mapas que establecen las zonas de riesgo de inundacion­es, de torrentada­s y se podrían haber hecho las cosas mejor», señala Elisa García, técnico de la organizaci­ón. Añade que «la vorágine de la construcci­ón en Mallorca ha impermeabi­lizado superficie­s a base de usar hormigón y cemento que impiden que el agua se infiltre».

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Las calles de Sant Llorenç, ayer, dos días después de la tromba de agua
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