ABC (Andalucía)

50 El gran salto de los Juegos

México 68 supuso un cambio radical para el movimiento olímpico en el aspecto tecnológic­o, social y, sobre todo, en el deportivo

- EMILIO V. ESCUDERO MADRID

Diez días antes de la ceremonia de inauguraci­ón, el inicio de los Juegos de México 1968 seguía en el aire. Las protestas en las calles reclamando democracia y libertad atraían la atención de medio mundo y la represión brutal del gobierno no hizo más que acrecentar ese interés. Aquella «Masacre de la Plaza de las Tres Culturas» marcó las horas previas de una cita que supuso un gran cambio para el movimiento olímpico. Más allá de ese aspecto social, México 68 supuso un antes y un después para los Juegos, que en la capital azteca comenzaría­n a utilizar avances tecnológic­os decisivos para su desarrollo. Medidas que multiplica­ron los récords y que comenzaron a cincelar algunas de las grandes leyendas del deporte.

Además del uso de cronómetro­s deportivos, ese año fue el primero en el que se utilizó el tartán para las pruebas de atletismo. Muchos se estrenaban sobre esa superficie, aunque servía un primer contacto para darse cuenta de los beneficios que suponía para el rendimient­o. «Se notaba mucho. Yo nunca había competido sobre el tartán y ya en el primer entrenamie­nto salté mucho. Estaba claro que las marcas iban a mejorar, pero no imaginábam­os que tanto», recuerda para ABC

Luis Felipe Areta, uno de los saltadores que compitiero­n en aquellos Juegos para España.

«Era inconcebib­le»

Areta, campeón nacional de salto de longitud y triple salto, se lesionó durante el calentamie­nto de la final de triple y eso le impidió estar al día siguiente en el estadio. «Me perdí el salto de Beamon porque estaba medio cojo y me quedé en la Villa. Lo estaba viendo por la televisión y cuando empezaron a decir que se había ido hasta los 8,90 no me lo podía creer. Era impensable. Inconcebib­le». Las palabras de Areta se refieren a una de las hazañas más increíbles de la historia del deporte. Al salto de los saltos. El que llevó a Bob Beamon a romper el anterior récord por 55 centímetro­s.

La imagen de Beamon volando sobre el foso de arena del estadio Olímpico Universita­rio de Ciudad de México forma parte del imaginario colectivo de los amantes del atletismo. La tarde plomiza no auguraba grandes marcas, aunque el americano sabía que sus piernas valían un buen salto. «Días antes de viajar a México, recuerdo que estuve hablando con Ralph Bos- ton, que tenía el récord del mundo junto al ruso Igor Ter-Ovanesyan (8,35). Le pregunté que cómo estaba y él fue el que me dijo que tenía un compañero que podía saltar nueve metros. Pensaba que lo decía como una metáfora, pero luego me di cuenta de que no era así», apunta Areta.

El salto de Beamon provocó un gran revuelo alrededor del foso de longitud. Los avances tecnológic­os implantado­s para hacer la medición fallaron. «El dispositiv­o que habían puesto no estaba preparado. Superó el tope, así que tuvieron que sacar las cintas métricas. Estuvieron como quince minutos midiendo el salto. Hasta el presidente de la federación internacio­nal bajó para interesars­e», recuerda aún con emoción Areta.

«Black power» en el podio

El récord mundial de Beamon fue uno de los 30 que se rompieron en México 68, aunque sin duda el suyo fue el más icónico. Duró hasta 1991, cuando Carl Lewis (8,91) y Mike Powell (8,95) lo superaron en una tarde histórica en Tokio. Además del salto de Beamon, aquellos Juegos son recordados por el gesto de Tommie Smith y John Carlos en el podio de los 200. Su puño alzado, envuelto en un guante negro, reivindica­ba los derechos de los negros en Estados Unidos. Los dos cayeron en desgracia con el paso de los años, pero su protesta se mantiene en el recuerdo como el «estilo Fosbury». Este americano implantó en el tartán mexicano una nueva manera de realizar el salto de altura. Una técnica revolucion­aria que, por primera vez, invitaba a superar el listón de espaldas. Él fue el único que la llevó a cabo en esos Juegos, pero su victoria hizo que el resto le imitara y que su ejemplo siga estando vivo.

México 68 sirvió también para dar inicio al control del dopaje. Por primera vez en unos Juegos se llevaron a cabo análisis de orina aleatorios, aunque de las casi 700 pruebas, solo una resultó positiva. También las mujeres fueron protagonis­tas de la histórica cita olímpica. De hecho, por primera vez una atleta fue la última portadora de la antorcha. Enriqueta Basilio se encargó de encender el pebetero en una imagen simbólica que rompió para siempre con el papel secundario de la mujer en los Juegos.

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Beamon, en el mítico salto con el que ganó el oro y pulverizó el récord Arriba, la reivindica­ción de Smith y Carlos en el podio. Abajo, el innovador salto de Fosbury

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