ABC (Andalucía)

El gesto de El Juli se queda a medias

Corta dos orejas en su actuación en solitario con el cartel de «No hay billetes»

- ANDRÉS AMORÓS ZARAGOZA

Para conmemorar sus veinte años como matador de toros, El Juli cierra su temporada encerrándo­se con seis toros, de distintas ganaderías. Hace bien al torear en el Pilar, como Ponce (que todavía acudirá a Jaén, en San Lucas). No lo ha hecho Roca Rey, en su año triunfal. Para ser una gran figura, como él quiere y puede serlo, hacen falta estos gestos: debe comenzar en las Fallas (o la Magdalena) y llegar hasta el Pilar.

Han pasado ya veinte años desde que El Juli tomó la alternativ­a y se convirtió en figura; más, desde que era un chiquillo, que ilusionaba a su maestro Gregorio Sánchez y a su seguidor, Juanito Bienvenida; que nos sorprendía, a todos, con su cabeza clara y su voluntad firme: las dos cualidades que ha conservado, además de su técnica segura. Ha triunfado en todas las Plazas, durante dos décadas. Afronta ahora un reto difícil, el de torear seis toros: además del gesto, triunfa por llenar la Plaza, pero corta sólo dos orejas y pincha al toro que mejor ha toreado, el segundo.

Se rompe el pitón el primer Garcigrand­e; sale el Cuvillo, que flaquea mucho. El Juli, con gran técnica, lo mantiene, a media altura; aumentan los aplausos cuando abre mucho el compás, retrasando la pierna de salida, para lograr el circular. Mata con el habitual salto: una oreja. Al cárdeno de Los Maños, que tiene calidad, lo entiende bien, le saca naturales suaves, con mérito, pero pincha cinco veces, yéndose, antes de la estocada. Con el sobrero del Pilar, noble y flojo, levantan clamor las lopecinas pero el voluntario­so trasteo no acaba de cuajar; estocada trasera con salto. Muere el toro como bravo, provocando el entusiasmo: oreja. El cuarto, del Puerto de San Lorenzo, es reservón, mansote, no repite. Lidia Julián con oficio, sin brillo (él mismo pide parar la música). Estocada trasera con salto.

Otro sobrero

El quinto, colorado, de Garcigrand­e, es «chiquitico y galano», grita un maño; apenas lo pican; lo saca del caballo galleando. Como la tarde va algo gris y es el toro de su ganadería preferida, comienza de rodillas, se entrega, liga muletazos vibrantes, con algún enganchón. La actitud del diestro y los circulares desatan, por fin, el entusiasmo pero también pincha. Descoordin­ado el Parladé, sale otro sobrero del Pilar: cede quites a los sobresalie­ntes, Miguel Ángel Sánchez y Carlos Gallego. El toro se desploma, en banderilla­s. Saludan Raúl Cervantes y Arruga. A pesar del empeño del Juli, el toro queda muy corto, se le para a mitad: ovación a la voluntad.

Lidiar en solitario tiene muchos riesgos: El Juli lo ha comprobado, esta tarde: igual que otros muchos toreros, en la historia. Se aplaude su gesto y su voluntad pero el resultado ha quedado a medias.

Mi entusiasta amigo jotero sigue dándome, al final, la letra de una jota: «Para El Juli, en el Pilar,/ después de matar seis toros,/ yo le entrego por completo/ el aplauso más sonoro,/ que veinte años sí son muchos,/ aunque el tango no lo diga,/ mas la jota lo proclama/ torero, toda su vida».

Postdata. La Tauromaqui­a es ejemplo para la vida, nos enseña a comportarn­os. Un diestro tiene la obligación absoluta de estar en su sitio; ni se le ocurriría disimular su vanidad por un «fallo de protocolo». Estar en el sitio no es fácil, ni en el ruedo ni en la vida cotidiana, pero no ser capaz de hacerlo demuestra la talla de una persona.

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FABIÁN SIMÓN El Juli, vestido de goyesco, pasea una oreja en el ruedo de la Misericord­ia

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