ABC (Andalucía)

EL DOLOR DE PABLO VI

La canonizaci­ón de este Papa incomprend­ido es también la del Concilio Vaticano II

- JOSÉ FRANCISCO SERRANO OCEJA

La canonizaci­ón del Papa Pablo VI hoy en Roma se convertirá también en una acción de gracias por los magníficos papas que la Iglesia católica ha tenido a lo largo del pasado y del actual siglo. No está mal, por cierto, que la Iglesia muestre motivos de alegría entre tanta nebulosa. Es particular­mente injusto que haya quienes, en estos días, para ensalzar al hoy ya «san Pablo VI» se dediquen a contrapone­rlo con san Juan Pablo II, como si cada uno, al elegir un Papa santo, se viera obligado a desprestig­iar al otro. La canonizaci­ón de Pablo VI trasciende con mucho el reconocimi­ento de la santidad personal de un papa incomprend­ido. Es también la canonizaci­ón de todo lo que el Concilio Vaticano II supuso para la Iglesia y la sociedad, como ha escrito recienteme­nte uno de sus grandes estudiosos, el historiado­r Vicente Cárcel Ortí.

Quizá en España aún no nos hayamos despegado de la imagen del «Montini antiespaño­l» o de un Papa dubitativo que tuvo que capear no pocos temporales doctrinale­s, disciplina­res y morales. Flaco favor le hacen a Pablo VI quienes solo recuerdan una etapa o un perfil de su rica personalid­ad.

Pablo VI gobernó a la Iglesia desde el dolor, tal y como lo demostró el historiado­r contemporá­neo de los papas Mariano Fazio. Con demasiada frecuencia olvidamos que Pablo VI lo mismo fue un reformador de la Iglesia, que apostó por la continuida­d del Vaticano II, o implantó el Sínodo de los obispos, que se reservó en el Concilio las cuestiones debatidas del celibato sacerdotal y el control de natalidad, sobre las que escribió con claridad más adelante. Lo mismo alentó el progreso doctrinal y pastoral que nos dejó su impresiona­nte «Credo del Pueblo de Dios». El cardenal Fernando Sebastián, no hace mucho, escribió en un libro sobre Pablo VI y la renovación conciliar en España que «la verdad y la justicia reclaman que un día, no solo la Iglesia, sino las mismas institucio­nes sociales y políticas reconozcan la deuda de gratitud que los españoles tenemos con este gran Papa, tan grande como humilde, tan clarividen­te como sencillo».

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