Otro mesías
Cuán hartos y decepcionados deben estar los brasileños con la obra política del Partido de los Trabajadores (PT), que ha gobernado el gigante sudamericano desde 2002 hasta el año pasado, para poner a las puertas del Palacio de la Aurora a Jair Messias Bolsonaro (Sao Paulo, 1955), cuyo discurso casi deja a Donald Trump como timorato centrista. No se entiende de otra manera la fulgurante irrupción de este capitán paracaidista en la reserva, que es tenido por –anoten la serie– un nostálgico de la dictadura, partidario de la tortura, contrario a los indígenas, homofóbico, misógino y racista. Pues con todo ese bagaje, los estudios demoscópicos de estos días aseguran que lidera la intención de voto entre el electorado femenino (42%), el blanco (59%), el mulato (47%) y el indígena (41%), por delante del progresista Fernando Haddad, sucesor de Lula y Dilma. Y no hace falta irse a la hemeroteca para buscarle las cosquillas a Bolsonaro con antiguos comentarios, pues mañana mismo puede repetir su opinión sobre los homosexuales («Prefiero un hijo muerto que gay») o acerca de las mujeres («No te violaría porque ni lo mereces»).
La corrupción de los partidos tradicionales, la tremenda inseguridad en las calles (más de 60.000 muertes violentas), el miedo a que se cronifique el colapso económico de un país que hace bien poco alardeaba de ser emergente, el asombro del planeta... En ese cóctel se está fraguando el avance incontenible de Bolsonaro, que ya ha creado saga política pues tres de sus cinco hijos (se ha casado tres veces) son diputados o concejales. Y todos comparten ideario con papá.
Tan desconcertado debe andar el mundo que parece que se multiplica por todo el globo la búsqueda de un mesías, alguien que ajuste cuentas con el oscuro presente. En Bolsonaro, los brasileños parecen haberse fijado apenas en su segundo nombre y en quince días lo pueden poner en la Presidencia.