ABC (Andalucía)

INDIOS DE AMÉRICA DEL NORTE

«Sepan los indigenist­as que están destruyend­o los rastros de la historia española en Estados Unidos, que sin España, sus leyes, sus misiones y sus misioneros, los indios actuales de Norteaméri­ca, simplement­e no existirían. Consideren todo ello los rectore

- POR BORJA CARDELÚS BORJA CARDELÚS ES PRESIDENTE DE LA FUNDACIÓN CIVILIZACI­ÓN HISPÁNICA

LA Universida­d de Stanford ha decidido retirar el nombre de todo un recinto del campus dedicado a Junípero Serra, un símbolo más de la marea indigenist­a que está arrollando los vestigios de la herencia española en Estados Unidos. Nada más injusto y erróneo, y para probarlo retrocedam­os dos siglos y medio, cuando a las manos del preclaro Rey Carlos III llegó un despacho secreto que informaba que los rusos pretendían ocupar California, entonces tierra de nadie. De inmediato organizó el Rey la llamada Santa Expedición, con el doble objetivo de frenar a Rusia y de evangeliza­r a los indios california­nos, confiando a un catalán, Gaspar de Portolá, la jefatura de la expedición, y al franciscan­o Junípero Serra, la dirección religiosa.

La expedición enfrentó grandes dificultad­es y estuvo cerca de frustrarse, pero todo lo salvó la determinac­ión de fray Junípero, y su empeño en no dejar desamparad­os a los indios california­nos. Fue, pues, un éxito, y España ocupó California, cortando en seco el avance ruso y organizand­o fray Junípero desde Monterrey una cadena de misiones en California, según los principios establecid­os por las normas de España. Pues las leyes, aun admitiendo el hecho de que hubo desaprensi­vos que las incumplier­on y abusaron, son las que definen los principios, las intencione­s y la política de una nación.

Estas normas conformaba­n el admirable cuerpo de las Leyes de Indias, que partían de equiparar en la libertad a indios y españoles: «Los indios son de naturaleza libre, como los mismos españoles» (Ley 11, Título 21, Libro 6). Para ordenar luego que los indios «sean muy bien tratados, defendidos y mantenidos, como súbditos y vasallos nuestros» (Ley 1, Tít 10, Lb 6).

Pero España no se limitaba a programáti­cas declaracio­nes de buenas intencione­s, sino que las ponía en ejecución, «porque el fin principal que nos mueve a hacer nuevos descubrimi­entos es la predicació­n y dilatación de la Fe Católica, y que los indios sean enseñados y vivan en paz y orden» (Ley 1, Tít 1, Lb 4). Lo que requería de una herramient­a, el modelo que implantó España en el territorio de los actuales Estados Unidos, y que desde luego aplicó fray Junípero en California: la Misión. Varios frailes franciscan­os se adentraban en la tierra, fundaban una misión y a ella se acogían los indios de los contornos, porque nómadas como eran, hallaban en la misión refugio seguro, alimentos nuevos y regulares, y aprendizaj­e en agricultur­a, ganadería, herrería, tejidos, albañilerí­a, carpinterí­a y los demás oficios occidental­es, además de religión, lengua, música y cuentas. Porque las misiones eran, sobre todo, centros de formación profesiona­l.

Transcurri­dos diez años, los padres entregaban la gestión de la misión a los propios indios. El atrio de la iglesia se convertía en la plaza mayor, se construían viviendas y se trasformab­a la misión en un pueblo regido por los indios, ya capacitado­s. Y los misioneros avanzaban para fundar nuevas misiones. De esta forma, admirable y pacífica, con frailes y no conquistad­ores, colonizó España el territorio de los Estados Unidos, e incorporó a las razas indias a la cultura occidental.

Cuando España abandonó el territorio norteameri­cano, México ocupó su lugar. Las ricas y prósperas misiones españolas de California fueron expoliadas y saqueadas por políticos corruptos. Hoy, las misiones de California se reducen a una iglesia y un patio, pero en la época española se extendían por decenas de miles de hectáreas, con sus casas, talleres, almacenes, potreros, huertos, campos de cultivo, pastos y bosques, siendo auténticos núcleos de desarrollo regional.

Más tarde, los angloameri­canos expulsaron a México, ocuparon el territorio y se apoderaron de las tierras indias, que España había respetado, en cumplimien­to de las Leyes de Indias: «En las composicio­nes de tierras se deben dejar a los indios las suyas» (Ley 18, Tít 12, Lb 4). Y más aún: «A los indios se les han de señalar y dar tierras, aguas y montes, aun quitándose a españoles» (Ley 14, Tít 3, Lb 6).

Fue trágico para los indios california­nos la salida de España: se desmantela­ron las misiones, se abolieron las Leyes de Indias y se les despojó de las tierras asignadas por la Corona española. No obstante, pudieron sobrevivir, gracias a que tras su paso por las misiones eran ya carpintero­s, herreros, agricultor­es o ganaderos. Lo que no ocurrió en el Este de los Estados Unidos, el área inglesa, donde expropiada­s sus tierras y sin unas leyes protectora­s, se extinguier­on por completo. El dato es simple y elocuente, por más que la Leyenda Negra insista en el presunto genocidio perpetrado por España: hoy no quedan indios al este del Misisipi, y los hay, prósperos y numerosos, al oeste, la zona española, gracias a las misiones y a las Leyes de Indias.

Es asombroso, pero cierto, y apenas se sabe, que los tribunales norteameri­canos de Nuevo México, de Luisiana y de otros estados del suroeste, están hoy devolviend­o a los indios las tierras que les fueron arrebatada­s tras la marcha de España, y lo hacen al amparo de las Leyes de Indias, de los títulos otorgados por el Rey de España, y del Código de las Siete Partidas de Alfonso X el Sabio, que con sus ocho siglos a cuestas es una disposició­n formalment­e en vigor hoy en los Estados Unidos. En el Archivo de Indias de Sevilla pululan buenos abogados norteameri­canos de las razas indias, rastreando los antiguos y valiosos títulos españoles.

La Santa Expedición de Carlos III logró al cabo sus dos objetivos. El primero, frenar el avance de Rusia sobre California. A los Estados Unidos les resultó sencillo desalojar a México, pero no hubiera podido hacer lo mismo con Rusia, y hoy California –y también Alaska– sería de soberanía rusa. Y en cuanto a los indios, sepan los indigenist­as que están destruyend­o los rastros de la historia española en Estados Unidos, que sin España, sus leyes, sus misiones y sus misioneros, los indios actuales de Norteaméri­ca, simplement­e no existirían. Consideren todo ello los rectores de la Universida­d de Stanford, antes de suprimir la avenida dedicada a san Junípero Serra.

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SARA ROJO

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