ABC (Andalucía)

«Han convertido el Everest en una pequeña ciudad»

El alpinista, el primero que ascendió la cima del mundo en solitario y pionero en subir los catorce ochomiles sin oxígeno, recibirá el viernes junto a Krzysztof Wielicki el Princesa de Asturias

- EMILIO V. ESCUDERO

La voz de Reinhold Messner (Bresanona, Italia, 1944) suena grave al otro lado del telefóno. El alpinista, que recibirá este viernes el Premio Princesa de Asturias del deporte junto al polaco Krzysztof Wielicki, atiende a ABC desde uno de sus museos en el corazón de los Alpes. Allí creció su amor por el alpinismo y es allí donde ha plantado la semilla de su legado histórico. Deportista, escritor, político, empresario... Messner se define a sí mismo como un humanista de la montaña, a la que ha dedicado su vida. —La verdad es que estoy encantado, porque no pensaba que el alpinismo pudiera ganar un premio tan prestigios­o como este Princesa de Asturias. Estoy muy feliz por el reconocimi­ento hacia mi persona y hacia la de Krzysztof Wielicki, pero, sobre todo, por lo que significa para nuestro deporte.

—¿Había oído hablar de los Princesa de Asturias?

—Conocía algo estos premios, pero fue al recibir la noticia de que había sido galardonad­o cuando realmente me di cuenta de la importanci­a que tienen. Es como un Premio Nobel de los Deportes que entrega España. Sé que mi nombre está ya junto al de otros grandes atletas como Rafa Nadal, Michael Schumacher, Carl Lewis o Sergei Bubka y eso supone un gran honor. Es un reconocimi­ento de importanci­a mundial y, como le digo, un impulso al alpinismo. —Primer hombre que subió los catorce ochomiles, pionero en subir al Everest sin oxígeno... ¿Es usted el mejor alpinista de la historia? —Esto no lo comparto. ¿Cómo se mide la grandeza de un alpinista? Yo he tenido la fortuna de sobrevivir en una época en la que el alpinismo era todavía muy peligroso. Para mí, el alpinismo es un hecho cultural. No se trata de subir las montañas más difíciles. Se trata de la unión entre la naturaleza de la montaña y la humana. Yo he tenido la fortuna de representa­r una parte imporante de ese alpinismo de los últimos 50 años, pero no creo que sea único ni que sea el mejor.

—¿Cómo comenzó esa aventura? —Mire, yo empecé a subir montañas siendo un niño. A los cinco años ya había ascendido por encima de 3.000 metros y fue ahí cuando me di cuenta de que había vida más allá del valle donde había nacido. Miraba al horizonte y siempre quería ir más allá. En ese momento, casi todos los ochomiles del mundo ya se habían ascendido, así que mi generación tuvo que centrarse en hacer esas cimas de otra forma. El alpinismo de la denuncia, que era mi alpinismo, había ya conseguido en 1978 casi todo lo que buscaba. Después de subir al Everest sin oxígeno, quedaba hacerlo solo, por una vía nueva, sin oxígeno, sin droga... Ese fue el culmen de mi alpinismo. Ya no importaba llegar arriba, sino la forma en la que lo hacías. Que la ruta fuera más complicada. —Hoy, eso, ha cambiado. Ahora importa la velocidad. Llegar primero. —Sí, por eso yo defiendo el alpinismo tradiciona­l. Hoy, este deporte está cambiando. El alpinismo ha tenido muchas épocas y ahora estamos en el alpinismo de la carrera, porque la mayor parte de los que están en la montaña ascienden con la ruta preparada y no arriesgan la vida. Buscan la velocidad. El récord. Esto no es mejor ni peor, simplement­e es un hecho. —¿Y quedan desafíos en la montaña? —Siempre los ha habido y siempre los habrá. En cada época, es la gente la que decide si algo es posible. Luego, las nuevas generacion­es tratan de conseguir ban que era imposible. Es cierto que cada vez hay menos desafíos, y por eso la montaña se ha convertido en un negocio. Lo vemos cada año en el Everest, donde las empresas preparan la ruta para que miles de clientes puedan ascender la montaña con más facilidad.

—¿Cómo llamaría a eso? —Turismo. Para mí eso se acerca más al turismo que al alpinismo. Cuando voy ahora al Everest, el campo base está lleno de tiendas de campaña, con mucha gente que en realidad no sabe dónde se encuentra. Es como si fuera a una feria. Hay mucha gente trabajando para que unos pocos disfruten y lleguen al punto más alto. Es un ambiente lleno de ruido. Han convertido el campo base del Everest en una pequeña ciudad.

El miedo en el alpinismo

«Siempre que uno va a la montaña hay un riesgo. He visto morir a compañeros. La muerte es algo que existe, pero se trata de conseguir el objetivo evitándola»

quién cree que tiene la culpa de que eso ocurra? —No lo sé. Tampoco sé si es bueno o malo que esté pasando. Solo le digo que es un hecho. Ha empezado porque cualquiera puede comprar en una agencia de viajes la ascensión al Everest. Así ha nacido un mercado que gira alrededor de ese negocio. Es turismo de alta calidad, con gente que prepara bien la ruta en la montaña para que otros puedan ascender al techo del mundo haciendo casi senderismo.

—¿Recuerda cómo era el Everest la primera vez que lo vio? —No podría olvidarlo. Lo vi por primera vez en 1970 y me quedé fascinado porque era la montaña más alta del mundo. Un récord en sí misma. Una montaña que tiene eso, porque luego te das cuenta de que no es la más bella, ni la más difícil. Pero tiene algo que atrae a primera vista.

—¿Cree que se ha perdido la sensación de aventura que tenía su generación? —Si uno quiere aventura no debe ir al Everest. Debe ir a alguna montaña escondida donde no haya tanta gente. El alpinista tradiciona­l va donde nadie ha estado jamás. Por ejemplo, ahora hay muchos picos de 6.000 o 7.000 metros que parecen imposibles. Montañas donde no hay infraestru­ctura y donde ese sentimient­o de aventura es mucho mayor que en el Everest.

—Su compañero Wielicki ha lidera—¿Y do varias expedicion­es para subir al K2 en invierno. ¿Es esa una de las últimas barreras del alpinismo? —El K2 en invierno es un desafío, pero me parece también una moda. Hoy las ascensione­s en invierno están de moda. Después de que Wielicki escalara ya el Everest en invierno en 1980, ese tipo de desafíos para mí no son tan importante­s. El gran alpinismo no ocurre ya por encima de 8.000 metros, porque las rutas para ascender estas montañas están muy preparadas con toneladas de material y botellas de oxígeno.

—Qué es peor para usted, ¿subir con oxígeno o hacerlo con cuerdas fijas? —Subir con oxígeno es más fácil, pero sin duda es peor hacerlo con ayudas que preparan la ruta y hacen sencilla la ascensión. Eso es lo que está convirtien­do este deporte en objetivo de turistas y no de alpinistas.

—¿Y ha tenido alguna vez miedo Reinhold Messner? —Claro que lo he tenido. Siempre que uno va a la montaña hay un riesgo. He visto morir a muchos compañeros (su hermano falleció en 1970 en el descenso del Nanga Parbat –su primer ochomil–, una muerte que le marcó). Los alpinistas tradiciona­les sabemos que la posibilida­d de la muerte existe, pero se trata de conseguir el objetivo evitándola. Nunca hay que despreciar ese riesgo. Soy de la opinión de que es mejor retirarse en caso de peligro.

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—Antes de nada, enhorabuen­a por el premio. ¿Se lo esperaba?
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