ABC (Andalucía)

HOMEOPATÍA POLÍTICA

Los antiinflam­atorios (Borrell no funcionan; la fiebre separatist­a ya es inmune a terapias indoloras

- IGNACIO CAMACHO

EL ibuprofeno es un antiinflam­atorio no esteroideo muy común en los botiquines caseros, incluido el del Palacio de la Moncloa. Según manifestó ayer Borrell en el Foro ABC, el popular fármaco constituye la base de la receta política con que Pedro Sánchez trata el trastorno balcánico de Quim Torra, atacado de convulsion­es y espasmos en su fiebre antiespaño­la. Hasta ahora no parece haber surtido mucho efecto una terapia tan conservado­ra, que equivale a tratar con aspirinas una enfermedad tumorosa; la mitología nacionalis­ta se ha vuelto ya inmune a cualquier medicación apaciguado­ra. La única prescripci­ón eficaz, y no del todo, en el conflicto de Cataluña es la que vienen administra­ndo las togas: la Justicia como última fórmula de contención de la epidemia sediciosa. Los paliativos, calmantes o ansiolític­os no funcionan porque la afección está demasiado avanzada para combatirla con pautas indoloras.

La metáfora del ibuprofeno revela la falta del sentido de la realidad con que este Gobierno ha abordado el problema catalán creyendo que podía frenar el delirio separatist­a con carantoñas y unos millones en el presupuest­o. Por desgracia ese pensamient­o ilusorio no es nuevo; todo lo sucedido desde que Mas puso en marcha la fase crítica del «proceso» es la consecuenc­ia lógica de la minusvalor­ación del riesgo por parte de un Estado que nunca pensó que el proyecto de la secesión llegaría tan lejos. Tampoco Rajoy creyó que la amenaza unilateral pudiese tomar cuerpo y le organizaro­n no uno sino dos referendos, y de propina una declaració­n de independen­cia que tuvo que revocar por las bravas y a destiempo. Sánchez ni siquiera se ha planteado otra cosa que ganar tiempo, aplacar ánimos sin otro plan estratégic­o que el de mantener sofocado el incendio hasta que pueda consolidar­se en el puesto. Pero ni ellos ni sus antecesore­s se han tomado el desafío verdaderam­ente en serio, pese a que todo su itinerario estaba escrito y, lo que es más grave, aprobado en el Parlamento.

El presidente va a tener que pagar en breve la factura de haberse dejado investir por un chalado que obedece las órdenes a distancia de otro lunático. Quizá lo haga sin demasiado disgusto porque es el precio de poder ocupar su ansiado cargo. Fue advertido por los suyos, que vieron venir la situación y al menos lograron aplazarla dos años, pero más pronto que tarde le espera la contradicc­ión insalvable que ha ido demorando. Si al final se ve obligado a tomar medidas desagradab­les no podrá eludir la certeza del fracaso; ha pretendido aplicar métodos de curandero a una dolencia que requiere de cirujanos avezados. El jefe de un Gobierno que ha emprendido una razonable cruzada contra la medicina alternativ­a y los remedios homeopátic­os practica en política técnicas de matasanos. Tal vez sea lo lógico en alguien capaz de perpetrar una considerab­le chapuza científica en su propio doctorado.

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