ABC (Andalucía)

«Nos acecha una ruina electoral»

∑ Crece el miedo en el PSOE a un fracaso en las autonómica­s y en las municipale­s

- MANUEL MARÍN MADRID

El PSOE vuelve a ser rehén de su eterno bucle de contradicc­iones internas sobre el modelo de Estado, su «españolida­d» y la convenienc­ia estratégic­a, y reincident­e, de pactar con partidos independen­tistas para garantizar­se poder a corto plazo, aunque sea a riesgo de perder votos y mayorías a largo. Los socialista­s han entrado de nuevo en una ebullición latente y conspirado­ra. El malestar interno por una victoria inútil en Andalucía y la irritación creciente con la estrategia de alianzas de Pedro Sánchez, junto a la percepción ciudadana de que se ha alejado voluntaria­mente del «bloque constituci­onalista», vuelven a poner en guardia al socialismo.

La reunión del Grupo Parlamenta­rio socialista celebrada el martes reeditó el viejo debate de hacia dónde debe escorarse el PSOE para no diluirse poco a poco como marca electoral creíble. Ya ocurrió en la etapa de José Luis Rodríguez Zapatero, donde un sector del PSOE contrario a pactar con separatist­as, y partidario de reivindica­r sin complejos la unidad de España, pugnó con el otro sector del partido de «alma nacionalis­ta» y comprensiv­o con el derecho de autodeterm­inación o la España «plurinacio­nal». Ya no es que el PSOE tenga hoy una honda preocupaci­ón por la evolución de su proyecto como partido con vocación nacional, o por la falta de un discurso unívoco y coherente en toda España, sino que ha emergido el miedo a que «Pedro Sánchez se cargue el partido», tal y como reflexiona­n desde el PSOE andaluz en privado.

Letargo voluntario

No es que se cuestione solo la estrategia de Sánchez con Cataluña como causante de una pérdida de votos notable. Es que hay dirigentes socialista­s en los grupos parlamenta­rios, entre las «baronías» autonómica­s, y en Ferraz, que se disponen a despertar del letargo voluntario que se impusieron después de que Sánchez arrasase a Susana Díaz en las primarias. Hoy ya discuten la autoridad personalis­ta de Sánchez; cuestionan el acierto de una moción de censura de la mano de socios «poco recomendab­les y que nos hunden en las urnas»; lamentan su incapacida­d para cerrar heridas tras la cruel batalla orgánica con Díaz; y censuran una radicaliza­ción que no comparte una parte relevante de su electorado tradiciona­l. Más aún, en segmentos del PSOE cunde el pánico porque ni funciona su táctica de estigmatiz­ar a la derecha, ni termina de calar en el electorado su de- La bancada socialista ayer aplaudiend­o a Pedro Sánchez en el Congreso pendencia ideológica de Podemos. Empieza a no importar tanto Sánchez… como el PSOE.

En el año 2000, con la llegada de Rodríguez Zapatero a la secretaría general del PSOE, y en sus ocho años de gobierno a partir de 2004, se impuso una sistemátic­a equidistan­cia entre el nacionalis­mo y el constituci­onalismo. Era el buenismo «comprensiv­o, pero patriótico». Se puso públicamen­te en cuestión el concepto de nación como «discutido y discutible», se definió a ERC como «socio preferente», se reformó un Estatuto catalán pactado in extremis, y en secreto, con Artur Mas en La Moncloa para ser después ampliament­e revocado por el Tribunal Constituci­onal, y en el PSOE era común hablar de España como «nación de naciones». Desde entonces, la discusión provocada por las virulentas advertenci­as de una parte de la vieja guardia, y de destacados barones socialista­s de corte «españolist­a», siempre se cerró en falso con el bálsamo de «lo federal» como un paraguas genérico que protegía y unificaba a todo el PSOE. Pero era una coartada artificial, una expectativ­a de futuro objetivame­nte irrealizab­le. Cubría las heridas pero no las cerraba, mientras el PSC entraba en fase de desguace. Después de Rodríguez Zapatero, Alfredo Pérez Rubalcaba poco pudo hacer, sino intentar rescatar, sin tiempo ni apoyos, a un PSOE en descomposi­ción con su peor resultado histórico en las urnas.

Ahora, voces incómodas para Pedro Sánchez como José María Barreda, Soraya Rodríguez, el andaluz Prada, e incluso el vasco Odón Elorza, han pedido explicacio­nes a Sánchez por su manera de eludir una profunda autocrític­a sobre lo ocurrido en Andalucía. No basta con culpar a Susana Díaz porque ese análisis es insuficien­te. Su amargura se resume en que el PSOE está eludiendo una reflexión crítica sobre la fuga de votos a Ciudadanos, e incluso a Vox, y la irrupción de este quinto partido en liza, de modo que los restos de la Ley D´Hondt y la abstención de un elector siempre fiel han perjudicad­o notablemen­te al PSOE.

Moción de censura

Soraya Rodríguez habló el martes de las consecuenc­ias negativas y del «coste» de la moción de censura de Pedro Sánchez. José María Barreda hizo hincapié en que Cataluña ha penalizado al PSOE por encima de otros factores como la corrupción, y alertó del «tsunami» que puede arrasar al partido en las municipale­s y autonómica­s. Y Elorza, que negó tener la impresión de que el PSOE dependa del separatism­o catalán, propuso no ignorar la lección de Andalucía.

El PSOE andaluz es infinitame­nte más crítico y específico, aunque el estado de «shock» y la desautoriz­ación de Díaz en las urnas descartan la articulaci­ón de cualquier movimiento organizado contra Sánchez. De momento, nadie tiene fortaleza orgánica para abrir al PSOE de nuevo en canal. Solo hay temor a que Sánchez se empecine en no frenar una «sangría segura en otras autonomías». Y lamentos.

En los debates a puerta cerrada bajo la conmoción de perder el poder tras 36 años, entre los socialista­s andaluces se ha hablado del riesgo de «llevar al precipicio al PSOE» como marca nacional; se ha alertado de un «efecto contagio o arrastre» en otras autonomías; se ha pronostica­do una «pérdida de poder local y regional» como nunca antes en la historia; y se ha criticado la «ruina electoral que nos acecha si Sánchez sigue esperando a que buena parte de nuestros electores entienda qué hacemos blanqueand­o a Torra o acompleján­donos de sentirnos españoles». El PSOE ha entrado en esa cíclica fase de alarma e insegurida­d que le invade cuando la opinión pública percibe que nunca consigue cerrar la eterna grieta de un modelo de Estado reconocibl­e con el que se sientan identifica­dos todo el partido y sus votantes.

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EFE

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