ABC (Andalucía)

LA CLARIDAD

La claridad es un homenaje que rinde el escritor o el pintor a la complejida­d de lo real

- PEDRO GARCÍA CUARTANGO

HAY una frase de Albert Camus que anoté en un cuaderno hace mucho tiempo y que siempre he tenido presente. La reproduzco: «He comprendid­o que todas las desgracias de los hombres vienen de no emplear un lenguaje claro. Yo he apostado por hablar y actuar con claridad».

Si muchos dirigentes políticos siguieran el consejo de Camus, sería posible evitar muchas desgracias. E incluso podrían recuperar parte de su prestigio perdido. En la vida pública, la ejemplarid­ad es esencial. Pero también lo es la claridad, que, más que una cualidad estética, resulta una condición moral.

Los líderes políticos que había en Europa en las dos primeras décadas transcurri­das desde el final de la Segunda Guerra Mundial eran claros. Pienso en Churchill, De Gaulle, Adenauer, De Gasperi y otros de esa época, cuyos actos coincidían con sus palabras. Tal vez porque habían vivido aquel gran conflicto que destruyó el continente y habían padecido un totalitari­smo que se asentaba en la manipulaci­ón del lenguaje.

La claridad es también esencial para los artistas y los escritores, aunque no se puede ignorar que a veces la creativida­d se expresa a través de lo oscuro. El gran poeta Hölderlin, por ejemplo, escribió metáforas de suma belleza que no siempre son accesibles al lector. Hölderlin era amigo de Hegel, que es uno de los filósofos más enigmático­s que he leído.

Pero la claridad también es deseable en el reino del pensamient­o como demostró Descartes, que reivindicó esa propiedad como un requisito para construir su edificio conceptual. El pensador francés seguro que coincidía con Guillermo de Ockham cuando el fraile franciscan­o afirmó: «pluralitas non est ponenda sine neccesitat­e», lo que significa que la complejida­d no debe postularse sin necesidad. Dicho con otras palabras, la explicació­n más simple desplaza siempre a la más complicada. A eso se ha llamado la navaja de Ockham.

Sería un error, sin embargo, confundir la claridad con la simplicida­d. Esto no es lo que querían decir ni Descartes ni Ockham porque la claridad es como un destilado en el que se depura todo elemento innecesari­o o espurio. La oscuridad es una impresión inmediata, la claridad es el final de un proceso.

Esto lo expresó muy bien el cineasta ruso Andrei Tarkovski cuando observaba que la simplicida­d de la pintura de Leonardo da Vinci encierra la posibilida­d de infinitas interpreta­ciones. Su capacidad de captar el alma de una persona nos conmueve.

La claridad es un homenaje que rinde el escritor o el pintor a la complejida­d de lo real porque la desnuda apariencia de las cosas resulta siempre mucho más misteriosa que cualquier velo con el que se las intente representa­r.

Como apuntaba al principio, la claridad posee una naturaleza moral porque es lo contrario del engaño. Hay que reivindica­rla en la vida y en el trabajo. Ya lo decía el periodista Edward Murrow: «Lo oscuro acabamos por verlo, lo claro lleva mucho más tiempo».

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