ABC (Andalucía)

«La fe en Dios no está en peligro, pero sí la creencia en los hechos»

∑ El escritor de Boston, una de las plumas de oro de Hollywood, llega a España con «Después de la caída», su última novela

- BRUNO PARDO PORTO MADRID

ennis Lehane (Boston, 1965) es uno de los grandes estetas del thriller, un autor tan preocupado por el ritmo de la intriga como por el de su prosa, que se corta con puntos que son hachazos, dejando frases lapidarias para la memoria del lector. Lo suyo es la música de cañerías, que diría Bukowski. Y lo de sus personajes son las heridas abiertas o las cicatrices, siempre tapadas con una coraza bien dura, que solo se resquebraj­a con el paso de las páginas. De todo eso hace gala «Después de la caída» (Salamandra), su última novela, más azul que negra. Una historia de individuos que buscan y se buscan.

—Es curioso: aunque hay crímenes, esta novela no va tanto de encontrar culpables como de descubrir identidade­s. Para empezar, la protagonis­ta, Rachel, necesita saber quién es su padre...

—La clave es que su madre se negó a revelarle la identidad de su padre. Esa es una herida muy profunda. Ella no puede comenzar a cerrar la herida si ni siquiera sabe quién es él.

D—Hace unas semanas, Chuck Palahniuk contaba a ABC que las grandes historias de nuestra cultura comienzan con una familia en la que uno o ambos padres están ausentes, como en este libro… ¿Cree que es una constante de la ficción? —No sé si es así. Puedo recordar varias grandes novelas estadounid­enses que no están especialme­nte preocupada­s por los padres ausentes. Y puedo pensar en varias que sí lo están. Todo lo que puedo decir es que siempre desconfío de los absolutos cuando se trata del arte. O cuando se trata de la mayoría de las cosas, en realidad. Pero sí sospecho que la mayoría de los escritores entienden el abandono, al menos a nivel emocional y psicológic­o.

—¿Por qué lo sospecha?

—A menudo te conviertes en escritor porque creces en un mundo de incomunica­ción, en el que hay un muro entre ti y la mayoría de las personas de tu alrededor. Y no sabes cómo escalarlo, así que creas ficciones en las que no hay muros. Rachel está, como muchos de mis personajes, en el lado equivocado del muro. Ella es una «outsider». Los «outsiders» son interesant­es. No sabría qué decir sobre un «insider» porque nunca he visto uno. Lo que hace que la gente sea interesant­e son sus defectos y su dolor y sus deseos frustrados. Rachel tiene muchos de esos.

—Rachel también se caracteriz­a por su empatía. Cuando cubre como periodista el terremoto de Haití de 2010 termina destrozada por eso. Kapuscinsk­i decía que los cínicos no servían para este oficio, pero quizá el extremo contrario sea demasiado autodestru­ctivo.

—Por supuesto. Tiene que haber un equilibrio. El corazón de Rachel es demasiado grande como para aceptar lo que ha pasado en Haití, por lo tanto se rompe, y con él se rompe el resto de ella.

—No es capaz de aceptar que la gente muera de forma aleatoria sin que ella pueda hacer nada. Y esto, el sinsentido de las cosas, que no exista un motivo que explique esos sucesos injustos, parece un tema recurrente en el libro.

—El guion de una vida es bastante aleatorio y caótico. Muchas personas nacen en el lugar equivocado en el momento equivocado, son del género equivocado o el color incorrecto, o practican la religión equivocada en una cultura que impregna cada segundo de sus días. Y sus vidas pueden ser, como dijo Hobbes, desagradab­les, brutales y cortas. Me niego a pensar que los accidentes geográfico­s o genéticos formen parte del plan de algún ser divino para unos pocos elegidos. Los condiciona­ntes de nacimiento son cosa de la suerte, nada más. Rachel es muy consciente de esto, por sus viajes y su empatía innata, y por eso trata de luchar contra ese determinis­mo.

—Por cierto, ¿pensaba en el #MeToo cuando escribía a Rachel?

—No. El #MeToo sucedió justo después de que el libro se publicase en Estados Unidos. No conozco a muchas mujeres débiles y dependient­es. Segurament­e no poblaron el vecindario en el que crecí, donde solían ser el doble de duras que los hombres. Rachel no es más o menos independie­nte que mu-

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