No hay divorcio feliz
«A nosotros no nos va a pasar, porque somos civilizados», es la frase que se dice cualquier pareja, heterosexual, homosexual, empresarial o estatal. Pero transcurren varias fases que van deteriorando las buenas intenciones. Pasado el asombro de quien no pidió el divorcio, vienen los daños colaterales con los hijos, los ciudadanos o los accionistas, y eso afecta a quien solicitó el divorció y a quien no tuvo más remedio que aceptarlo. Luego, aparece la contabilidad, porque ningún divorcio es gratis, y lo que afecta al bolsillo no le pone a nadie de buen humor. Es aquí cuando surge una fugaz melancolía, esa reflexión de que, en realidad, se estaba mejor antes del divorcio, pero como los seres humanos somos soberbios y no aceptamos una derrota, sobre todo si proviene de una equivocación propia, seguimos adelante.
El Reino Unido está en esa fase en la que Teresa May sigue adelante. Ya ha prometido su puesto de primera ministra, pero ni aunque prometiera danzar con tutú la danza de los mirlitones, a pesar de sus problemas de espalda, iba a conmover a ese tercio de sus compañeros de partido que le odian, o a esos laboristas tan convencidos de que el referéndum tendría hoy otro resultado, como cobardes para proponerlo, con la excepción de Tony Blair.
La mayoría de los que ponen su culo en los sillones del Parlamento británico son conscientes de que, si se volviera a celebrar el referéndum, el resultado sería distinto. Y lo sería por dos motivos: porque el estado de extorsión emocional en el que se celebró ha cesado, y porque la devaluación de la libra y los movimientos inquietos de algunas empresas proyectan poca tranquilidad. Por supuesto que Rusia, a través de UKIP, seguiría aportando dinero para forzar que Europa sea más débil –como señalaba con oportunidad, ayer, en ABC, Luis Ventoso– pero eso de que no es patriótico seguir en la Unión Europea ya no es un banderín de enganche. Y no lo es debido a que las masas de votantes se hayan dedicado a analizar la gilipollez intelectual de que se es menos patriota por pertenecer a una organización supranacional, sino porque las raciones de sentimentalismo, como las de calamares (o roast beef) llegan a empachar, y es tan absurdo como acusar de escaso patriotismo a quienes son partidarios de que su país pertenezca a la FIFA, a la FAO o a la Meteorología Mundial.
¿Y por qué los partidos políticos van a dar prioridad a lo que pensaban sus votantes hace unos meses y van a traicionar lo que piensan ahora? Pues porque los políticos, salvo honrosas excepciones, tienen sus intereses prioritarios, y parten del egoísta principio de que lo que sea bueno para ellos será inmejorable para el país que representan. Puede que les suene de algo y hagan asociaciones molestas con territorios más cercanos a nosotros, e incluso en los que vivimos, pero no era mi intención. Lo único que quería tratar de argumentar es que no conozco ningún divorcio feliz. Y el del Reino Unido, aunque se produzca una impensable marcha atrás, tampoco va a serlo.