ABC (Andalucía)

A la radicaliza­ción por el peculio

- PABLO MUÑOZ MADRID

En 2015, el juez de a Audiencia Nacional Eloy Velasco había asistido a unas ponencias sobre terrorismo yihadista que impartía Europol. Por esos años la preocupaci­ón por este fenómeno estaba en lo más alto, entre otros factores por la eclosión de Daesh en Siria e Irak y la crisis migratoria. El magistrado se interesó por la financiaci­ón de estas redes y al llegar a España reparó en un elemento común a dos intervenci­ones de barcos cargados con grandes cantidades de hachís que había hecho Vigilancia Aduanera. Las tripulacio­nes de ambos eran sirias.

Velasco se entrevistó con responsabl­es de la Comisaría General de Informació­n, a los que pidió que investigas­en si se trataba de una simple casualidad o bien podía haber detrás algo más. Los expertos en yihadismo de la Policía aceptaron el reto y comenzaban así tres años de trabajo. Operación Timón.

Lo primero era delimitar el campo de trabajo, de modo que los investigad­ores decidieron analizar no sólo los dos barcos ya señalados por el juez sino algunos más, hasta 12, que habían sido apresados en el mar de Alborán con grandes cantidades de hachís y cuyo modus operandi era similar: procedían de Egipto o Turquía, habían cargado la droga en Marruecos y su destino era Libia. En las primeras semanas saltó la sorpresa: las tripulacio­nes de esas dos primeras embarcacio­nes eran de la provincia siria de Latakia, aunque en principio eso no era demasiado significat­ivo puesto que podría ser mano de obra barata.

Vigilancia Aduanera, además, asesoró a los encargados del caso, a los que animó a entrevista­rse con todas las tripulacio­nes, identifica­r al capitán de cada buque y preguntarl­e a cuántos había contratado él mismo, y a quiénes. «El resto son gente del “notario” (en el argot, hombre de la organizaci­ón a bordo)», les advirtiero­n.

Tras un trabajo de criba importante –hubo que entrevista­rse con unas 80 Uno de los cuatro capitanes sirios detenidos ha sufrido en prisión un importante proceso de radicaliza­ción yihadista. «Cuando entró bebía, fumaba... era el típico al que le gustaban mucho el dinero y la juerga», explican las fuentes consultada­s. Sin embargo, pasados algunos meses después de su ingreso en prisión comenzó a dejarse barba salafista, a modificar su vestimenta, a hablar de Alá... Incluso, en su frente ya se podía ver la «zibiba» o «callo de la fé», fruto de la intensidad de sus rezos. Comenzó a observarse también que se llevaba a tres o cuatro chicos marroquíes a rezar a la biblioteca, separados del resto de musulmanes... Uno de esos chicos ya está radicaliza­do y afirma que «sería capaz de hacer cualquier cosa» que le ordenase su mentor. «Incluso matar». Se ha comprobado que el chico fue captado a través del dinero. Su familia atravesaba dificultad­es y el capitán sirio dio orden a sus parientes de exterior de que les ayudaran económicam­ente y que ingresaran 500 euros cada mes en el peculio del chico marroquí. Al adoctrinad­or se le han intervenid­o textos salafistas y Prisiones está muy pendiente de él.

Interrogat­orio a las tripulacio­nes Tras 80 entrevista­s, se pudo determinar que detrás de cuatro de los barcos estaba la misma persona

Colaboraci­ón internacio­nal decisiva Italia informó de sus actividade­s como traficante­s de personas, y Malta de operacione­s de tráfico de armas

personas, de ellas más de veinte en interrogat­orios con abogado presente–, se pudo determinar que detrás de cuatro de los barcos estaba la misma persona, que era la que había contratado a los capitanes en tres de los casos, y al primer oficial en el otro. Entre ellos, además, no solo se conocían sino que hay vínculos familiares y, curiosamen­te, cada uno aseguraba no saber nada pero acusaba al resto.

Teléfonos satélite

Ante la imposibili­dad de ordenar escuchas –los investigad­os estaban en prisión– el segundo pilar de la investigac­ión fueron los clonados de los teléfonos satelitale­s intervenid­os en su día en los barcos. Los resultados fueron rápidos y reveladore­s: los dos primeros buques señalados por el juez Velasco se habían comunicado entre ellos y habían entrado en contacto con la misma persona en Líbano, lo que demostraba que había una estructura detrás. Pero además, con las otras dos embarcacio­nes también compartían contactos.

El cruce de datos con otros países y Europol –la colaboraci­ón internacio­nal es el tercer pilar de las pesquisas– fue muy intenso. Especialme­nte con Italia, donde también hay una rama de la red, y Malta, donde asimismo arribaban los buques sospechoso­s.

Tras este trabajo para delimitar los barcos implicados los investigad­ores se centraron en 30 ó 40 individuos a los que se hicieron preguntas muy concretas: «¿Quién es el jefe que os contrató?; ¿quién es su mano derecha?». En cuanto a la primera cuestión el señalado fue un sirio que también tenía base de operacione­s en Turquía, y sobre la segunda lo único que se obtuvo fue el seudónimo de un tipo que vivía en Libia. Pero había que ponerle nombre y apellidos para que las pesquisas avanzasen.

En esta cuestión fue clave el primer trabajo de campo sobre los primeros 12 barcos investigad­os. Uno de ellos tenía tripulació­n egipcia, y cuando se analizaron sus teléfonos se vieron en algunos imágenes de guerra. Explicaron, además, que la droga que llevaban iba a Libia, al igual que la de los cuatro buques bajo la lupa policial. Y un dato más: los cinco compartían contacto en ese país...

Evidenteme­nte, la organizaci­ón atacada también tiene una rama egipcia, pero se decidió no profundiza­r en ella de momento para poder seguir adelante con la vía siria. El caso es que ese contacto de Libia aún sin nombre trabajaba en Zuara y daba la casualidad de que uno de los egipcios había sido empleado suyo; no solo eso, sabía su nombre real y tenía su fotografía. Para comprobar que era la misma persona, se les mostró esa imagen a los tripulante­s sirios, que lo reconocier­on sin dudar como la persona que tenía ese apodo.

Se sabía, por tanto, que había un jefe de la trama en Siria y otro en Libia, pero

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