A la radicalización por el peculio
En 2015, el juez de a Audiencia Nacional Eloy Velasco había asistido a unas ponencias sobre terrorismo yihadista que impartía Europol. Por esos años la preocupación por este fenómeno estaba en lo más alto, entre otros factores por la eclosión de Daesh en Siria e Irak y la crisis migratoria. El magistrado se interesó por la financiación de estas redes y al llegar a España reparó en un elemento común a dos intervenciones de barcos cargados con grandes cantidades de hachís que había hecho Vigilancia Aduanera. Las tripulaciones de ambos eran sirias.
Velasco se entrevistó con responsables de la Comisaría General de Información, a los que pidió que investigasen si se trataba de una simple casualidad o bien podía haber detrás algo más. Los expertos en yihadismo de la Policía aceptaron el reto y comenzaban así tres años de trabajo. Operación Timón.
Lo primero era delimitar el campo de trabajo, de modo que los investigadores decidieron analizar no sólo los dos barcos ya señalados por el juez sino algunos más, hasta 12, que habían sido apresados en el mar de Alborán con grandes cantidades de hachís y cuyo modus operandi era similar: procedían de Egipto o Turquía, habían cargado la droga en Marruecos y su destino era Libia. En las primeras semanas saltó la sorpresa: las tripulaciones de esas dos primeras embarcaciones eran de la provincia siria de Latakia, aunque en principio eso no era demasiado significativo puesto que podría ser mano de obra barata.
Vigilancia Aduanera, además, asesoró a los encargados del caso, a los que animó a entrevistarse con todas las tripulaciones, identificar al capitán de cada buque y preguntarle a cuántos había contratado él mismo, y a quiénes. «El resto son gente del “notario” (en el argot, hombre de la organización a bordo)», les advirtieron.
Tras un trabajo de criba importante –hubo que entrevistarse con unas 80 Uno de los cuatro capitanes sirios detenidos ha sufrido en prisión un importante proceso de radicalización yihadista. «Cuando entró bebía, fumaba... era el típico al que le gustaban mucho el dinero y la juerga», explican las fuentes consultadas. Sin embargo, pasados algunos meses después de su ingreso en prisión comenzó a dejarse barba salafista, a modificar su vestimenta, a hablar de Alá... Incluso, en su frente ya se podía ver la «zibiba» o «callo de la fé», fruto de la intensidad de sus rezos. Comenzó a observarse también que se llevaba a tres o cuatro chicos marroquíes a rezar a la biblioteca, separados del resto de musulmanes... Uno de esos chicos ya está radicalizado y afirma que «sería capaz de hacer cualquier cosa» que le ordenase su mentor. «Incluso matar». Se ha comprobado que el chico fue captado a través del dinero. Su familia atravesaba dificultades y el capitán sirio dio orden a sus parientes de exterior de que les ayudaran económicamente y que ingresaran 500 euros cada mes en el peculio del chico marroquí. Al adoctrinador se le han intervenido textos salafistas y Prisiones está muy pendiente de él.
Interrogatorio a las tripulaciones Tras 80 entrevistas, se pudo determinar que detrás de cuatro de los barcos estaba la misma persona
Colaboración internacional decisiva Italia informó de sus actividades como traficantes de personas, y Malta de operaciones de tráfico de armas
personas, de ellas más de veinte en interrogatorios con abogado presente–, se pudo determinar que detrás de cuatro de los barcos estaba la misma persona, que era la que había contratado a los capitanes en tres de los casos, y al primer oficial en el otro. Entre ellos, además, no solo se conocían sino que hay vínculos familiares y, curiosamente, cada uno aseguraba no saber nada pero acusaba al resto.
Teléfonos satélite
Ante la imposibilidad de ordenar escuchas –los investigados estaban en prisión– el segundo pilar de la investigación fueron los clonados de los teléfonos satelitales intervenidos en su día en los barcos. Los resultados fueron rápidos y reveladores: los dos primeros buques señalados por el juez Velasco se habían comunicado entre ellos y habían entrado en contacto con la misma persona en Líbano, lo que demostraba que había una estructura detrás. Pero además, con las otras dos embarcaciones también compartían contactos.
El cruce de datos con otros países y Europol –la colaboración internacional es el tercer pilar de las pesquisas– fue muy intenso. Especialmente con Italia, donde también hay una rama de la red, y Malta, donde asimismo arribaban los buques sospechosos.
Tras este trabajo para delimitar los barcos implicados los investigadores se centraron en 30 ó 40 individuos a los que se hicieron preguntas muy concretas: «¿Quién es el jefe que os contrató?; ¿quién es su mano derecha?». En cuanto a la primera cuestión el señalado fue un sirio que también tenía base de operaciones en Turquía, y sobre la segunda lo único que se obtuvo fue el seudónimo de un tipo que vivía en Libia. Pero había que ponerle nombre y apellidos para que las pesquisas avanzasen.
En esta cuestión fue clave el primer trabajo de campo sobre los primeros 12 barcos investigados. Uno de ellos tenía tripulación egipcia, y cuando se analizaron sus teléfonos se vieron en algunos imágenes de guerra. Explicaron, además, que la droga que llevaban iba a Libia, al igual que la de los cuatro buques bajo la lupa policial. Y un dato más: los cinco compartían contacto en ese país...
Evidentemente, la organización atacada también tiene una rama egipcia, pero se decidió no profundizar en ella de momento para poder seguir adelante con la vía siria. El caso es que ese contacto de Libia aún sin nombre trabajaba en Zuara y daba la casualidad de que uno de los egipcios había sido empleado suyo; no solo eso, sabía su nombre real y tenía su fotografía. Para comprobar que era la misma persona, se les mostró esa imagen a los tripulantes sirios, que lo reconocieron sin dudar como la persona que tenía ese apodo.
Se sabía, por tanto, que había un jefe de la trama en Siria y otro en Libia, pero