Pintor neofigurativo
∑ De sus manos salieron cuadros sombríos, fulgurantes y sin embargo contenidos
Cántabro de Laredo, pero madrileño desde niño, Fernando Sáez, cuyo hermano Martín también fue pintor, y cuyo otro hermano, Ramón, fue crítico de arte, dio sus primeros pasos en la adolescencia, con Velázquez y el Goya de la Quinta del Sordo como faros. Tras la Guerra Civil, que pasó en su provincia natal, estudió en San Fernando; colaboró con ilustraciones en «Vértice», «El Español», «Fantasía», «La Estafeta Literaria», «Mundo Hispánico» e «Índice»; y frecuentó el Gijón y otras tertulias. Clan fue la primera galería que en 1948 enseñó su trabajo. De expresionismo, muecas y rictus habla Camón Aznar en su reseña abecedaria de su individual de 1956 en Alfil. En 1958 ilustró la segunda edición de esa joyita que es «Helena o el mar del verano», de Julián Ayesta, y participó en el pabellón español en la Exposición de Bruselas. En 1961 expuso en Prisma. Por estética, podría haber formado parte de El Paso o de Hondo. Fue precisamente Manuel Conde, uno de los dos críticos del grupo informalista, el prologuista del catálogo de su individual de 1959 en la sala de la Dirección General de Bellas Artes, saludada en las páginas de «Goya» por Venancio Sánchez Marín, articulador de nuestra nueva figuración. De las manos del de Laredo salieron entonces cuadros sombríos, fulgurantes y sin embargo contenidos, próximos al monocromo, auténticamente soberbios, comparables a lo mejor de Giacometti, Music o Auerbach.
Aunque admiraba ya su trabajo, representado en el Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca desde su fundación en 1966, fue sólo en 1990 cuando conocí en persona a Fernando Sáez, con motivo de una casiretrospectiva que le organizó Jorge Kreisler en su galería, entreverando obra entonces última, con piezas históricas. De cara a la redacción del prólogo del catálogo, visité entonces al pintor en su casa de toda la vida, en Reina Victoria, frente al hospital donde ahora ha fallecido, y pude apreciar en directo la calidad de su trabajo, y descubrir también su calidad humana, su sabiduría, su humor con retranca.
Incansable dibujante, Fernando Sáez era brillante trazando, ya en el lienzo, ya en el papel, un pueblo, un retablo castellano, unas brujas, una montería, una tauromaquia o simplemente un atardecer, o enfrentándose al propio rostro enmarañado y con pipa. También cultivó la ilustración de libros infantiles, campo en el que ganó por dos veces (1969 y 1971) el premio Lazarillo.
Afable y muy amigo de sus amigos, Fernando Sáez, de cuyo fallecimiento me he enterado por su colega Joaquín Pacheco, era un pedazo de historia de nuestro arte, muy apreciado tanto en su Madrid adoptivo como en Santander, donde el MAS lo programó en dos ocasiones, la primera en 1996, y la segunda en 2013 y con un singular montaje, deliberadamente tipo bombardeo. Su última individual tuvo lugar el año pasado en el Museo Luis González Robles, en el edificio histórico de la Universidad de la Alcalá de Henares.