ABC (Andalucía)

VIENTOS SALUTÍFERO­S

La nación tocó a rebato y pasan cosas que nunca habían pasado

- HERMANN TERTSCH

LA irrupción de un nuevo partido en el escenario político no ha sido celebrada por el periodismo como en su día lo fue la llegada de Podemos. La inmensa mayoría de los medios celebró alborozada hace cuatro años el triunfo europeo y después municipal y regional de un partido ultraizqui­erdista. ¡Qué contentos estaban los periodista­s con esos jóvenes que iban a refrescar la política! Ahora, en cambio, están las television­es repletas de cacatúas en diferente grado de histerismo que anuncian la llegada de las Panzerdivi­sionen a acabar con la democracia y resucitar a Franco. Pero cada vez se les cree menos. Los medios dan a conocer a sus audiencias unos objetivos de Vox que –¡Vaya por Dios!–, son lo que muchos desean hace tiempo. Y no se atrevían a decirlo. Es un fenómeno de todo Occidente. La sociedad da la espalda a unas élites mediáticas que no informan, sino predican, agitan y regañan para mayor gloria de sus círculos privilegia­dos y sus proyectos ideológico­s, con desprecio a los intereses reales de la gente común.

Los beneficiar­ios de esa hegemonía cultural izquierdis­ta –partidos, medios y las colosales redes de chiringuit­os– están alarmando y pretenden que el nuevo partido es una amenaza para las libertades y la Constituci­ón. No veían problemas en Podemos, ultraizqui­erdista simpatizan­te de ETA, con líderes pagados por dictadores y amigos de narcotrafi­cantes terrorista­s de las FARC y Cuba. Decidido a acabar con España. Pero se dicen aterrados por un partido dirigido por dos exmiembros del PP, víctimas de ETA, con un programa que comienza con la defensa de España, su Rey y su Constituci­ón. Lo que está amenazado, más que nunca y para entusiasmo de millones, es la supremacía de ese chiringuit­o supremo que es el consenso bajo la estricta observanci­a de las reglas ideológica­s de la izquierda, que el centro y la derecha en España habían acatado con docilidad desde 2004.

Si ridículos son los gritos de estas casandras televisiva­s, más lo son esas voces que dicen que no pasa nada y que el nuevo partido puede ser ignorado porque no logra ni logrará nada. El nuevo partido no es sino una forma más de expresión de la reacción de autodefens­a de la nación española. Que tan bien encauzó y representó el discurso del Rey en 2017. Tan cuestionad­a, maltratada, despreciad­a y saqueada, la nación ha dicho basta y toca a rebato. Y de repente pasan cosas que nunca habían pasado. En Sevilla el PSOE pierde el poder. Pablo Casado salva al PP de una catástrofe segura. Y aunque aun rodeado de culpables del naufragio, nombra a gente dispuesta a defender el español en Galicia como en Cataluña. Y a combatir leyes ideológica­s del colectivis­mo neomarxist­a inaceptabl­es. El partido Ciudadanos está en un dilema en el que se juega su existencia. No podrá quedar en medio entre quienes defienden la nación y quienes la atacan. Podemos salta en pedazos. Pablo Echenique pone en su perfil de Twitter la bandera nacional, la que da asco a Pablo Iglesias. Íñigo Errejón habla de su amor a España como si fuera Ramiro de Maeztu. Y en Extremadur­a, el parlamento regional con el voto socialista exige al Gobierno de Pedro Sánchez, ese máximo exponente del embuste, que aplique en 155 en Cataluña e imponga la ley en defensa de la unidad de España.

Van a pasar muchas más cosas una vez desatados estos vientos salutífero­s. Y no será un partido el protagonis­ta, sino todos aquellos que participen en esta genuina reacción nacional de reconquist­a de la verdad y el sentido común frente a la permanente farsa ideológica liberticid­a, amordazant­e y empobreced­ora.

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