EL MITIN DE ESTRASBURGO
Con palabras rimbombantes no se convence hoy a nadie
LAMENTAR nuestros males y criticar a los adversarios es algo que hacemos todos los días los españoles, como el resto de las personas, aunque puede que sin tanta agresividad, al ser inherente a la naturaleza humana o, puede, a la «lucha por la vida», que decían los naturalistas. Pero en casa, que es donde se lavan los trapos sucios, no fuera de ella. Sin embargo, lo que hizo Pedro Sánchez en el Parlamento de Estrasburgo fue una ristra de topicazos, tan parca de sustancia como llena de infantil autobombo, «¿Con qué nos viene éste?» decían las caras de los parlamentarios al serles inimaginable que un francés, alemán, o cualquier otro despotricase contra su extrema derecha que, por cierto, gobierna en países como Italia o Austria. Les paso algunas de sus perlas: «Para que Europa nos proteja, nos toca proteger a Europa». «Nos enfrentamos a quienes esgrimen un mensaje que sembró de cenizas esta tierra». «Debemos demostrar que somos un soft power por elección, no por debilidad». «España formó el gobierno con más mujeres de la UE. Un hito», Y así sucesivamente.
Le respondió el portavoz del Grupo Popular Europeo, Manfred Weber: «Estamos de acuerdo en que la extrema derecha es un peligro. Pero los extremismos no tienen color. Su Gobierno no podría existir sin la extrema izquierda y los separatistas», que González Pons, representante del PP, remachó: «No se puede decir “yo nunca pactaré con extremistas” cuando se está en el Gobierno con los independentistas. Usted no ha sido capaz de defender con convicción la unidad de España». También le criticaron los Verdes y los defensores de intereses particulares, que le obligaron a entrar en el terreno que intentaba eludir: Cataluña. Se defendió con los argumentos de siempre: «Un gobierno no dicta sentencias. Busca soluciones políticas». O «busca que las sentencias no se cumplan», podía haber dicho.
Para resumir: la primera comparecencia de Pedro Sánchez ante el Parlamento Europeo fue, más que el discurso de un estadista, un mitin electoral. Es posible que le sirviera en el cine de barrio de una capital de provincias durante una campaña electoral, ante un público de autobús y bocadillo, pero en Estrasburgo, ciudad que ha visto y oído todo lo bueno y lo malo que ha ocurrido en Europa, ante políticos de colmillo retorcido enviados por sus países para defender sus intereses, esta soflama fue un brindis al sol que le dejó en evidencia: es un fake, un farsante, con buena pinta, sí, pero con cara más dura que larga. Quien le escribió esa plática o le recomendó pronunciarlo le hizo un flaco favor. Con palabras rimbombantes y pavoneos adolescentes no se convence hoy a nadie en Europa ni en ninguna parte. Más, cuando lo contradice una trayectoria personal de sobra conocida. Mal debe verse cuando tiene que echar mano de tan burdas argucias. Puede deberse a que nada le está saliendo, desde la exhumación de Franco a los Presupuestos, por no hablar de Andalucía. Al final, solo podrán salvarle el secesionismo y el extremismo. Justo lo que criticó en Estrasburgo.