ABC (Andalucía)

Elvira Navarro «Mi pulsión de escritura surge de mis regiones de sombra»

∑ En su nuevo libro de cuentos vuelve a la periferia para iluminar los puntos oscuros que tienen todas las vidas

- INÉS MARTÍN RODRIGO MADRID

l talento de un escritor puede medirse por las páginas que necesita para enganchar al lector. Y, si nos atenemos a esa medida, Elvira Navarro (Huelva, 1978) es una virtuosa. En apenas unos párrafos, la historia te atrapa y, sin darte cuenta, te conviertes en un personaje más de esa atmósfera densa y penetrante que nubla tu conciencia y te obliga a seguir leyendo. Hasta el final. Un ritual que se repite en cada relato de los once que componen «La isla de los conejos» (Literatura Random House), su nuevo libro. Una recomendac­ión: léanlo escuchando el nuevo disco de Sharon Van Etten, «Remind Me Tomorrow», que hoy sale a la venta. Juntas son pura luz.

—Todos los cuentos bucean en la periferia, en esa marginalid­ad, propia y extraña, que todos intentamos esquivar, porque no nos sentimos cómodos. Pero usted está como pez en el agua habitando esos márgenes.

—Como escritora, sí. Tengo la impresión de que llamamos periferia a muchas cosas. Pero también están en la periferia nuestras regiones de sombra, procuramos no verlas y arrinconar­las. Mi pulsión de escritura surge de mis regiones de sombra. Mi parte de luz, de momento, no me lleva a escribir.

—Es que yo creo que pocas veces la escritura surge de la luz.

—Sí, alguna vez. O a veces se combinan. Pienso en Lucia Berlin. Su escritura está llena de luz. A pesar de que cuenta vidas terribles, es capaz de arrojar una luminosida­d que envidio. De momento, me quedo explorando la basura.

—Es un material narrativo fructífero.

—Sí, es casi el único fructífero, porque el conflicto genera discurso. Cuando uno está bien, no necesita generar discurso. En casi todos los autores hay recurrenci­as, pero no son una repetición porque sí, sino porque estás intentando asir algo, ir hasta el fondo.

—Imagino que es consciente de que estos relatos no son de fácil lectura.

—Soy consciente (ríe).

—Exigen un esfuerzo añadido, por parte del lector, que incluso en determinad­os momentos sentirá rechazo.

—Cuando me hablan del lector, es una figura absolutame­nte borrosa. En efecto, puede haber lectores que se sientan expulsados por la sordidez y, al mismo

Etiempo, puede haber lectores que se sientan muy atrapados por eso. Actúan esas dos fuerzas juntas. Pero, cuando escribo, no pienso en el lector. Porque, finalmente, estoy escuchando al texto. Mi labor no es imponerle al texto lo que yo quiero. El texto encierra su potencia y, a veces, donde te lleva no es donde tú quieres, y es un lugar incómodo. —Teniendo en cuenta el momento en el que este libro sale a la calle, la situación que vivimos, ¿cree que la literatura debe generar alguna conciencia? —Le respondo con otra pregunta: ¿es posible que la literatura no genere alguna conciencia? La literatura te da una visión, y una visión es una conciencia. —Hay quien la entiende como mero entretenim­iento, únicamente.

—Sí, y hay libros que son de mero entretenim­iento. Pero la buena literatura genera conciencia. Otra cosa es que llamemos conciencia a algo que siempre apunta en un único sentido, que es el de la acción directa política. Quizás tenemos un concepto demasiado limitado de lo que es la conciencia y de lo que debería ser una acción política. Para mí, arrojar luz a la sombra es una acción política. Otra cosa es que la literatura tenga que ser, directamen­te, «vete a la calle, monta una barricada...». El lenguaje más político tiene un problema, y es que está lleno de lugares comunes, que son lo menos político que hay.

—¿Para usted, qué es la política?

—Es un acto por el cual uno descubre de qué mimbres está hecho lo real y es capaz, si quiere hacerlo, de liberarse de ellos. ¿En qué consiste la politizaci­ón? Hay una serie de lugares comunes, o de pensamient­o común normalizad­o, que creemos que no es ideológico, sino que es el orden natural de las cosas. Los lugares comunes pertenecen a ese territorio de normalizac­ión, donde uno debe ser eso, porque es lo natural. Me voy a ir al feminismo, por ejemplo.

—Un tema bastante recurrente, de un tiempo a esta parte.

—El feminismo más visible es más reactivo que proactivo y, sobre todo, en él se visibiliza a la mujer como víctima. Eso genera un sistema perverso, porque la víctima jamás puede empoderars­e, porque, si se empodera, ya no es víctima. Yo no digo que no haya que denunciar, y si una es víctima, es víctima, pero hacer de eso un lugar de enunciació­n es peligroso, porque estamos reproducie­ndo los mismos patrones.

—Pero el feminismo bien entendido, el que busca la igualdad, reivindica, precisamen­te, que las mujeres no son víctimas.

—Sí, pero eso se ve menos. Yo lo que más veo es la recurrenci­a en presentar a la mujer como alguien débil que necesita ser protegida. La verosimili­tud actual es que si ha ocurrido algún caso de abuso, se piensa que es del hombre hacia la mujer; por un lado, eso es justo, porque en la mayoría de los casos es así, pero, al mismo tiempo, haces inverosími­l que pueda ser lo contrario, y eso es peligroso.

—Lo que pasa es que en el otro extremo está el discurso de Vox.

—El problema que hay ahora es que la derecha se está apropiando de eso, y no debería. Porque, al final, esto no genera pensamient­o, lo que genera es un partido de fútbol donde si eres de izquierdas tienes determinad­as consignas y si eres de derechas tienes determinad­as consignas. Si te atreves a poner en duda las consignas de los tuyos, sean de izquierda o derechas, te expulsan de la tribu. Eso no es pensamient­o crítico.

—Y, ante eso, ¿qué podemos hacer?

—Querernos mucho. Escucharno­s. No concebir a quien piensa distinto como tu enemigo. No expulsar al otro. Darle al otro espacio. No recortar ningún derecho, porque lo que no le damos al otro, no nos lo damos a nosotros.

«En el feminismo más visible, la mujer es una víctima, y eso genera un sistema perverso»

«Si pones en duda las consignas de los tuyos, te expulsan de la tribu. Eso no es pensamient­o crítico»

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Elvira Navarro, fotografia­da ayer en un hotel de Madrid
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