ABC (Andalucía)

AFEITARSE

Adán, además de esclavo del pecado, es esclavo de la moda, y si por moda no se afeita, obliga a los fabricante­s a colocarle sus cuchillas a Eva

- IGNACIO RUIZ-QUINTANO

n plena conmoción por el anuncio de las hojas de afeitar contra sus clientes blancos, sale el New York Post con que en Hollywood la nueva tendencia para los hombres es… el pelo rubio platino.

¡El mundo en vilo a la espera de las represalia­s de Sarah Jeong, coreana del New York Times que una vez tuiteó «White men are bullshit»!

Vaya por delante que el primer hombre fue de barba y cabello rubios, pues por esta señal, según san Jerónimo, le pusieron de nombre Adán, que quiere decir «hombre rubio». Pero Adán, además de esclavo del pecado, es esclavo de la moda, y si por moda no se afeita, obliga a los fabricante­s a colocarle sus cuchillas a Eva, y lo hacen con ese anuncio de acosadores blancos que han de ser reconvenid­os por hombres de otras razas, si se puede emplear el término, visto el Galileo que le han montado al «viejo loco» del ADN, el Nobel Watson. Tampoco a Galileo, repetía Gustavo Bueno, la Iglesia lo degradó por el geocentris­mo, sino por el atomismo, que ponía en solfa el dogma de la transustan­ciación, esencia del catolicism­o.

–Pero un día el ministro Ordóñez retiró la festividad del Corpus. «Esto es la revolución», pensé. ¡Y no se han dado ni cuenta!

Esta América no es la de los «Founding Fathers» que conoció Francisco de Miranda, el español que participó en las tres revolucion­es (por eso su nombre figura en el Arco de París) y que en su Diario de Viajes pondera, por cierto, entre otras cosas del doctor Franklin, «el javon famoso para afeitarse que se vende en Boston con el nombre suio».

¿Tienen algo que ver esta batalla cultural de la rasura con los hombres que este miércoles animaban a los galgos en el corredero de Medina del Campo? Mi abuelo hablaba de un barbero de su pueblo que escupía en la brocha para espumar el jabón, y a un perplejo le dijo:

–A usted, porque es forastero, que a los de aquí, como hay confianza, se lo hago en la cara.

Y se la dejaba que parecía «un cuadrilong­o de papel fino de Génova, alisado con diente de elefante».

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