ABC (Andalucía)

LO ANORMAL COMO NORMAL

A veces los pueblos más admirables pierden la brújula

- LUIS VENTOSO

TARRASA es una ciudad de más de 200.000 habitantes a 20 kilómetros de Barcelona, la tercera más poblada de Cataluña. Por allí ha pasado medio mundo: los romanos fundaciona­les, los visigodos, las incursione­s árabes, el exquisito futbolista Xavi Hernández... Tarrasa comenzó a prosperar en el siglo XVIII, cuando el Estado primó a Cataluña con la bicoca del arancel textil que la puso en órbita (en detrimento de otros territorio­s de España, como señaló en una visita el inteligent­e Stendhal, asombrado con el privilegio concedido a la región). En el XIX la ciudad se situó en vanguardia de nuestra tímida Revolución Industrial, merced también a la valía del empresaria­do catalán. Allí despuntaro­n las primeras máquinas de vapor fabriles. Tarrasa se convirtió en capital de las manufactur­as textiles e imán para inmigrante­s llegados de la España más rezagada. En el siglo XX, se estima que se trasladaro­n a Cataluña en busca de oportunida­des un millón de andaluces. En Tarrasa formaron una comunidad muy relevante (sí: la familia del hoy seudoindep­e Xavi llegó en aquellas oleadas migratoria­s). No es por tanto extraño que el idioma más hablado en Tarrasa sea el castellano –mayoritari­o también en Cataluña– y que el PSC sea el partido que históricam­ente ganaba de calle.

Esta semana, hemos descubiert­o gracias a un parte hospitalar­io que una niña de 10 años fue agredida en un colegio de Tarrasa por una profesora. La docente se enojó con la alumna por pintar la bandera española y escribir «Viva España» en un álbum escolar. La maestra le gritó y la zarandeó, dándose la desgracia de que la cría se cayó y se hizo daño. Esto no es normal. Pero el problema es que en Cataluña la normalizac­ión de lo anormal se ha vuelto epidémica.

No es normal un Parlamento donde no se aprueba una sola ley, que apenas abre y que solo sirve como parque temático para arengas xenófobas. No es normal permitir que salga de permiso por la cara un presidiari­o mangante por el mero hecho de ser hijo de Pujol, pese a estar condenado a dos años y medio de cárcel por guindar el dinero de todos los catalanes con un chanchullo en las ITV. No son normales las mordidas endémicas del 3%, de cuyo alcance se han destapado esta semana nuevos datos. No es normal que la portavoz del Gobierno catalán se niegue a responder en español, siendo el idioma más hablado en Cataluña y lengua oficial del Estado. No es normal tolerar impávidame­nte que el dislate del «procés» lesione tu economía (desplome de la inversión exterior, caída del 15% del consumo de cava, fuga de 5.400 empresas por la bobería separatist­a). No es normal ensalzar como héroes a unos fanáticos que se erigieron en supuestos representa­ntes de todo el pueblo catalán, lo estafaron, se cargaron la convivenci­a, malversaro­n el dinero público en favor de su causa y acosaron a los discrepant­es.

Casi nada parece normal en una región antaño paradigma de cosmopolit­ismo, iniciativa y sentido común. A veces los pueblos más inteligent­es también se extravían en bucles autodestru­ctivos. Ojalá despierten.

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