PRIMERO, LO PRIMERO
Hay varias formas de verlo. Por ejemplo, los sindicatos piensan que, como tenemos ya niveles de empleo similares a los máximos de la bonanza desaprensiva, ha llegado la hora de subir los salarios. Convencieron al Gobierno, a quien la medida no le cuesta, y le deja en buen lugar. Por eso decidió subir el salario mínimo y el sueldo de los funcionarios. ¿Se puede ser más bondadoso? Además, al haber más dinero en los bolsillos todos gastamos más, lo que mueve la maquinaria de la oferta y pagamos más IVA por el mayor consumo y más IRPF por los mayores sueldos recibidos. ¿No es maravilloso?
A corto plazo, sin duda. El problema aparece cuando recordamos algo tan sencillo como que el nivel de los salarios debe estar en consonancia con el trabajo realizado, con la productividad obtenida. Recuerde que los sueldos los paga el cliente, el empresario tan solo lo entrega a sus trabajadores. Es decir, si a los clientes no les ofrecemos un producto o un servicio mejores, no pagarán más por ellos, y no podremos aspirar a unos salarios mayores.
Bueno pues, vistas así, las cosas no están mal, pero no van bien. Que no están mal lo demuestran las estadísticas que, mes tras mes, reflejan una mejoría apreciable de los datos del empleo. Pero no van bien porque los salarios crecen –muy por encima de la inflación–, mientras que la productividad ha empezado a resentirse y empeora. Los asalariados prefieren ligar sus salarios con el IPC, salvo en estos tiempos de estabilidad de precios en que prefieren subirlos sin ligarlos a nada y en esa nada navega la productividad, un concepto muy incómodo.
Y no van bien, porque el miércoles conocimos el estudio realizado por la UE sobre el I+D en la regiones europeas –un factor clave en esto de la productividad–, y allí vimos que la mejor situada, el País Vasco, se encuentra en un atrasadísimo puesto 132. Esto no cuadra. Sin inversión, ni formación y sin esfuerzo en innovación no tendremos productividad y sin esta no podremos sostener unos salarios tan altos como los que demandamos. Yo compraría el argumento sindical, pero le cambiaría el orden. Primero consigamos ser productivos, después seamos exigentes con los salarios.