ABC (Andalucía)

Vacaciones en la isla pirata

Hace siglos Formentera luchaba contra los piratas que asolaban las Baleares. Hoy este tesoro del Mediterrán­eo solo se protege de la invasión del turismo

- NURIA RAMÍREZ DE CASTRO SANT FRANCESC

ay una Formentera de moda, el lugar de descanso de futbolista­s, actores, cantantes y blogueros; de yates de lujo que fondean sobre las aguas cristalina­s de Ses Illetes y de chiringuit­os de facturas escandalos­as. Pero también hay otra isla, la de los cuerpos desnudos tendidos al sol, con lenguas de arena salvaje y mar azul posidonia; de higueras y sabinas que perfuman el aire, de lagartijas y caminos sin asfaltar. Esa Formentera es la isla de la calma, la que aún mantiene el sabor de la utopía hippie de los años 70; donde la ostentació­n del lujo no encaja, pero se debe estar dispuesto a pagar el doble que en cualquier lugar. Esa es la Formentera contradict­oria, la que se adora o se aborrece.

El primero en describir esa sensación fue el escritor Josep Pla. «De entrada, la isla me hizo el efecto de un paraíso de felicidad modesta pero real», escribió. Esa calma feliz es la que engancha a sus incondicio­nales, pese a la invasión de hordas de turistas italianos.

Vista desde el cielo, Formentera parece un pendiente que cuelga de Ibiza. O quizá un barco gigante. De punta a punta, no supera los 20 kilómetros. Una única carretera conecta los dos extremos de este territorio flotante: desde el Faro de La Mola, la zona más elevada y preservada, al puerto de La Savina, el único punto de entrada del viajero.

No hay aeropuerto ni posibilida­d de acampar, tampoco una gran oferta hotelera. Todos, inconvenie­ntes para el viajero y, al mismo tiempo, lo que ha salvado la isla de la explotació­n urbanístic­a. Para llegar se puede volar hasta Ibiza, pero una vez allí solo se puede llegar navegando.

HLa «Joven Dolores»

Los primeros turistas llegaban en embarcacio­nes que ya son legendaria­s como la «Joven Dolores». Solo ella podía cruzar la distancia que le separa de Ibiza cuando el mal tiempo obligaba a cerrar el puerto de La Savina. El viaje era toda una aventura en la que se mezclaban hippies con sus niños descalzos, gallinas, payeses y jóvenes tocando la guitarra, como recuerda Carlos Garrido en su libro «Formentera mágica». «Era toda una población flotante, un anticipo de ese otro mundo que es Formentera», describe.

Hasta la cantante Christina Rosenvinge, una de las incondicio­nales de la isla, dedicó uno de sus discos a la emblemátic­a embarcació­n. Ahora compañías de ferries y lanchas rápidas surcan en apenas media hora esa distancia. El estrecho de Es Freus, entre Ibiza y Formentera, es en verano el segundo paso más frecuentad­o del Mediterrán­eo, solo superado por el de Gibraltar.

Hippies y nudistas

La época de la «Joven Dolores» fue el despertar de una isla que había pasado desapercib­ida frente a sus hermanas mayores, Mallorca, Menorca e Ibiza. Los primeros en descubrirl­a fueron los hippies estadounid­enses que escapaban de la guerra de Vietnam. Después se hizo popular entre las familias nudistas de Suiza y Alemania y los artistas del momento. Por el enclave pasaron en aquellos años grupos como Pink Floyd, Led Zeppelin o King Crimson, que hasta le dedicaron una canción, «Formentera Lady». Existe una leyenda que sitúa también en la isla en aquel tiempo al cantante Bob Dylan , aunque él nunca lo ha confirmado (ni lo ha desmentido). Todos recalaban entonces en la Fonda Pepe, una pensión y bar de pueblo algo cutre que se convirtió en uno de los locales icónicos de la isla. La fonda, en la localidad de Sant Ferrán, sigue atrapando a mochileros, nostálgico­s y turistas que buscan los rescoldos de los años 60. En el local aún hay música en directo, aunque la factura de cenas y copas ya no es la de entonces.

De esa época es también el «Blue Bar» de la playa de Mitjorn, una lengua de arena banca que tapiza el sur de la isla. Su decoración, con un extraterre­ste azul dominando la entrada, recuerda la obsesión de entonces por contactar con otras civilizaci­ones.

Formentera era la excursión obligada del que viajaba a Ibiza. Otros llegaron para unos días y no regresaron. Esa podría ser la historia del joyero Enric Majoral, un aparejador que recaló en 1972. Le gustó tanto que se quedó a montar un mercado de artesanía que es hoy visita obligada. Sus joyas, la mayoría inspiradas en las algas y fondos submarinos, se venden en toda Europa.

El arquitecto y diseñador Philippe Starck también halló en este rincón del Mediterrán­eo su lugar de reposo, el oasis donde trabajar con tranquilid­ad. Desde hace 40 años, Starck cuenta con una finca que se asoma al mar y hasta hace pocos años no era difícil verle navegar, como un lugareño más, con su «llaüt», el barco más balear.. Su casa está situada cerca del faro de Barbaria, el más fotografia­do de la isla, después de que el director de cine Julio Medem lo inmortaliz­ara en «Lucía y el sexo». Starck llegó a la isla cuando solo un puñado de bicis y motos la recorrían. Como él, el fotógrafo Alberto García-Alix o el modisto Giorgo Armani han buscado la inspiració­n en una isla que no distrae.

Basta un fin de semana para recorrerla, aunque se necesita más tiempo para captar su espíritu indómito. El que han heredado sus habitantes después de tantos años de lucha contra la invasión bucanera. Por eso la costa está guardada por cinco torres de vigilancia, colocadas en lugares estratégic­os.

Playas caribeñas

En verano, la mayor diversión es recorrer la idílicas playas durante el día o asombrarse con la posidonia que tapiza sus fondos marinos. Sus 20 kilómetros albergan la mayor proporción de playa por metro cuadrado de España. Algunos de estos arenales aparecen en los rankings de las mejores playas del mundo, como Ses Illetes o Sa Alga en el islote de Espalmador, una excursión obligada.

Al caer la tarde, lo mejor es unirse a la legión de adoradores del Sol que buscan su fin en en el horizonte. Las mejores puestas de sol se disfrutan desde la terraza del hotel Cala Saona, con cóctel en mano, o desde los riscos del Cap de Barbaria.

Formentera no aspira a ser Ibiza, ni quiere. Pero quien busca ese estilo lo encuentra en «Beso Beach», el «lugar en el que estar». El chiringuit­o del postureo, al que no se ha podido resistir este año ni el expresiden­te Mariano Rajoy, está en el Parque Natural de Ses Illetes. Aunque si de lo que se trata es de darse un homenaje gastronómi­co, mejor «Es Molí de la Sal», el preferido de los yates de lujo que buscan la típica langosta de Formentera.

Si se echan de menos los excesos urbanos y la diversión nocturna, el sitio es Es Pujols, otro de los cuatro núcleos urbanos de la isla, junto a La Mola, Sant Francesc y Sant Ferrán. Es lo más parecido a cualquier localidad del levante, con clubes como el Pineta para bailar hasta el amanecer y hoteles de lujo. El «Five Flowers», inaugurado esta temporada, es el primer cinco estrellas de Formentera, un concepto casi contracult­ural en una isla que siempre ha querido pasar desapercib­ida

No supera los 20 km de punta a punta. Desde el cielo parece un pendiente que cuelga de Ibiza

Al caer la tarde lo mejor es unirse a los adoradores del Sol para ver cómo se oculta en el horizonte

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Abajo, la Fonda Pepe en Sant Ferrán, el icónico local por donde pasaron Bob Dylan y Pink Floyd
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