ABC (Andalucía)

TESOROS Y PIRATAS

«La isla del tesoro». No se ha escrito nunca una novela de aventuras tan buena como ésta

- PEDRO GARCÍA CUARTANGO

ALGUNOS amigos y lectores me han pedido que les recomiende un libro para estas vacaciones. No tengo que pensar demasiado la respuesta: «La isla del tesoro», de Robert Louis Stevenson. No se ha escrito nunca una novela de aventuras tan buena como ésta.

El escritor escocés acabó la obra en 1882 cuando tenía 29 años. Aunque de su pluma salieron otras creaciones geniales que no hace falta recordar, «La isla del tesoro» tiene una magia que nos atrapa desde la primera línea. Podemos utilizar muchos calificati­vos para describir la novela, pero basta decir que su lectura nos devuelve a una infancia en la que todavía soñábamos con piratas, tesoros, galeones y viajes a los mares del Sur.

Todo eso y mucho más es la narración que nos cuenta la historia de un muchacho llamado Jim Hawkins, el hijo de un posadero, que encuentra en el baúl de un capitán los planos de un tesoro. Junto a su inseparabl­e doctor Livesey y el caballero Trelawney, se embarca en la Hispaniola para buscar el cofre enterrado por los bucaneros en una isla del Caribe.

La idea de la trama se le ocurrió a Stevenson cuando alquiló en 1881 una casa de campo en las Tierras Altas escocesas para pasar el verano con su familia. Como llovía y el tiempo era inclemente, Stevenson escribía un capítulo en su estudio y luego se lo leía a su mujer y sus parientes, que le hacían sugerencia­s.

La novela fue un gran éxito y se dice que el primer ministro Gladstone la leyó de un tirón en una sola noche. Henry James afirmó de ella que era «un perfecto juego de muchachos», pero se quedó muy corto porque «La isla del tesoro» no es sólo una genialidad literaria sino que es, sobre todo, un canto a la vida. Cuando llegué a la última página, sentí una sensación de felicidad que siempre me ha acompañado al volver a ojear sus páginas.

He disfrutado estos días casi tanto como con Stevenson al leer «El diamante de Moonfleet», escrita por John Meade Falkner en 1898, una obra que el autor escocés admiraba. Incluso llegó a decir que era la novela que a él le hubiera gustado escribir. Sus palabras son un acto de modestia, pero no exageraba al alabar esta historia de contraband­istas que inspiró a Fritz Lang para hacer una película.

«El diamante de Moonfleet», desconocid­a en nuestro país, ha sido editada por Zenda e incluye un inspirado prólogo de Arturo Pérez-Reverte, que evoca en clave personal la relación entre el joven Trenchard y su padre adoptivo con el que vive una extraordin­aria aventura en las costas de Dorset, en la Inglaterra del siglo XVIII.

Meade Falkner, un hombre hecho a sí mismo, llegó a presidir la mayor empresa de armamento británico durante la Primera Guerra Mundial. No era un escritor profesiona­l, por lo que concibió su creación como un pasatiempo, dado que era muy aficionado a las novelas de piratas y un buen conocedor de las artes de navegación.

«Yo no viajo a ninguna parte, simplement­e voy. La cuestión es moverse», dijo Stevenson y bien dicho está. Ese es el secreto de la literatura.

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