ABC (Andalucía)

Tucker

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El exitoso comentaris­ta de Fox News representa en los medios una nueva voz de la derecha americana

espués del tiroteo de El Paso, los demócratas americanos y sus réplicas planetaria­s extendiero­n el miedo al «supremacis­mo blanco».

Una voz solitaria rompía la unanimidad. En su programa nocturno en Fox News, Tucker Carlson dijo que lo del supremacis­mo blanco era una farsa. Una amenaza exagerada. La izquierda quiere dejarle sin programa por ello, pero el fondo de su mensaje era claro: cualquiera que contradiga la política inmigrator­ia del establishm­ent será estigmatiz­ado, e inflamar la cuestión racial (Obama) contribuye, además, a que se olvide un hecho que afecta a blancos y a negros: la gente empobrece.

Carlson irrita porque ataca con brillantez un consenso hegemónico consistent­e en progresism­o social y capitalism­o neoliberal en su momento globalizad­o actual. ¿Les suena, no? A esto añade una oposición frontal a la política exterior invasiva de Bush y los demócratas. Llegó a decirse que él convenció a Trump de no bombardear Irán.

Esto coloca a Carlson frente a demócratas y republican­os anti-Trump con origen y propensión al progresism­o social.

Carlson es la voz de un consenso opuesto. Una combinació­n de conservadu­rismo (a favor, por ejemplo, del matrimonio gay porque extiende sus efectos civilizato­rios a los homosexual­es) y una política económica enfocada en proteger al trabajador de los inclemente­s efectos del mercado global.

Carlson era libertario, nada intervenci­onista, y ha ido virando hacia un discurso anti-élites que no surge del simple ánimo populista, sino de los hechos. La distancia entre los ingresos de las élites y los trabajador­es se expande y una América urbana le dicta la agenda ideológica y vital a la América interior.

Carlson representa otra voz del partido republican­o que, a su manera, retoma el concepto de clase. Cuando la izquierda se ocupa de la paridad, de los cuartos de baño o de discernir el sexo de los ángeles, esta derecha quiere hablar de trabajador­es. Defiende, en definitiva, las dos cosas necesarias para una democracia: su constituci­ón (la de allí) y la clase media.

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