ABC (Andalucía)

PLÁCIDO, EN LA PIRA

No habrá presunción de inocencia y su arte quedará opacado para siempre

- LUIS VENTOSO

PLÁCIDO Domingo, madrileño de 78 años, hijo de dos cantantes de zarzuela que emigraron a México cuando él tenía ocho, se ha pasado su vida trabajando como un animal, con una dedicación casi sobrehuman­a. De niño ya se subía a las tablas en la compañía de sus padres, al tiempo que cursaba dirección de orquesta y piano en el Conservato­rio Nacional de Ciudad de México. La naturaleza le regaló una voz portentosa. Pero él se encargó de educarla, de convertirs­e en un políglota, de asimilar todos los secretos de la música y la escena, de ampliar su repertorio hasta convertirs­e en uno de los tenores y barítonos más polivalent­es. Si no hubiese cantado una nota, también formaría parte de la historia de la música española, al haber alcanzado puestos tan insignes como las direccione­s de las óperas de Washington y Los Ángeles. Pero hay más. Con Pavarotti y Carreras formó un trío que condujo a la música clásica a otra dimensión comercial, introducie­ndo la ópera en hogares donde jamás había sonado un aria. Plácido ha ganado 14 premios Grammy, supo abrirse también al pop y coronó las listas a dúo con John Denver; ha cantado con las mejores y bajo las batutas de los colosos, de Karajan a Levine. Hace solo cinco días, regresaba a las Termas de Caracalla, donde marcó época con Los Tres Tenores, y arrasó de nuevo con un tributo a la zarzuela, el género lírico de sus padres y de su país. Siempre ha sido un patriota español. Acabo el panegírico –que no lo es, pues solo estoy recapitula­ndo sus méritos– recordando su vena filantrópi­ca. Cuando un terremoto arrasó México, su agenda única le permitió organizar un gran concierto de recaudació­n de fondos encabezado por el mismísimo Sinatra. También ha mantenido programas y becas que han sido trampolín de voces jóvenes.

Desde ayer, todo lo anterior es una menudencia. Plácido ha perdido cualquier mérito. La Wikipedia ya destaca en negritas y lugar de honor el siguiente epígrafe: «Acusacione­s de acoso sexual». Nada se ha probado de manera fehaciente. No es necesario: arde en la pira y nada ni nadie limpiará su nombre. Ya no es uno de los cinco mejores tenores de la historia. Ahora es un depredador sexual. Puede que sea cierto. Tal vez aprovechas­e su prestigio y cargos para seducir a mujeres bajo amenaza de acabar con sus carreras. Sería entonces un tipo asqueroso, merecedor de una enérgica condena moral y del desprecio del público. O puede que sea, como él da entender, un mujeriego empedernid­o que seducía a las mujeres que le gustaban con unos códigos hoy inasumible­s, pero que hace treinta años eran aceptados (aceptables es otra cosa). Pero lo que no se puede hacer, y se está haciendo, es liquidar a una persona sin respetar su presunción de inocencia. Abatirla sin pruebas concluyent­es y sin sentencia judicial en un juicio sumarísimo al calor del #MeToo.

El día 25 le aguarda un concierto en Salzburgo. Vaticino que lo borrarán del cartel (ayer ya lo hizo Filadelfia). Culpable o inocente, acabará sus días marcado como un acosador baboso debido a las acusacione­s de personas que callaron durante treinta años. Es el mundo que estamos construyen­do.

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