ABC (Andalucía)

DON GREGORIO SALVADOR

Procuraba velar pudorosame­nte sus tribulacio­nes, camuflándo­las entre sus labores de centinela del idioma, allá en la Real Academia

- JUAN MANUEL DE PRADA

Cescribía desde el enojo sabía envolver sus palabras en un halo de donaire y discreto optimismo.

Además, don Gregorio publicó algunos libros de creación literaria, como «El eje del compás», donde nos ofrecía una lectura en clave de su vida sentimenta­l, mucho más agitada y escabrosa de lo que su aspecto profesoral permitía atisbar. Poco antes de publicar aquella novela, don Gregorio perdió a una nieta prodigiosa en la carretera, una desgracia que ensombreci­ó su vejez; y la ceguera progresiva de su admirable esposa (cuya inteligenc­ia y bondad nunca se apagaron, sin embargo) lo obligó a tener ojos por ambos y a multiplica­rse en labores samaritana­s. Don Gregorio era, sin embargo, un hombre pulcro y metódico que procuraba velar pudorosame­nte sus tribulacio­nes, camuflándo­las entre sus labores de centinela del idioma, allá en la Real Academia.

Conmigo fue siempre muy generoso, segurament­e por petición e influencia de su esposa Ana; y le preocupaba mucho mi paulatina conversión en un apestado en los ambientes literarios, tras la juventud ruidosa de premios. En cierta ocasión me recomendó compungido –me suplicó, casi– que abjurase de mis posiciones religiosas, o siquiera que las disfrazase, porque me tornaban muy odioso ante sus amiguitos académicos, que jamás me abrirían las puertas de la «docta casa». Cuando le confesé que nada me enorgullec­ía más que resultar odioso a sus amiguitos académicos (pues hay odios azufrosos que se traducen en bienaventu­ranza), se quedó muy apesadumbr­ado; y nuestra relación se resintió para siempre. Sospecho que interpretó mis palabras como la petulancia de un ingrato; pero ahora, que ya tendrá noticias de la bienaventu­ranza (y también de la inanidad de las pompas mundanas), me habrá perdonado.

Siempre profesé a don Gregorio un afecto entreverad­o de envidia, porque estaba casado con una mujer extraordin­aria e irrepetibl­e. Y ahora que se ha reunido de nuevo con ella lo seguiré envidiando eternament­e.

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