ABC (Andalucía)

JOE DIMAGGIO & MARILYN MONROE

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El matrimonio entre la estrella de Hollywood y el mito del béisbol duró unos pocos meses. Él sufría constantes ataques de celos y nunca pudo superar la ruptura. Siguió enviando durante años flores a su tumba ños después de su separación y de la muerte de Marilyn, una joven y atractiva rubia se le acercó a Joe DiMaggio en su restaurant­e en el puerto de San Francisco. Tras cruzar unas palabras, la chica le dijo▶ «Supongo que yo no soy Marilyn». A lo que el mítico jugador de béisbol respondió▶ «Ojalá fueras ella, pero no lo eres».

La estrella de Hollywood murió en su casa el 5 de agosto de 1962. Joe y Marilyn se habían separado a finales de 1954 tras un matrimonio que apenas duró nueve meses. Se habían conocido en un local de Los Ángeles y, tras dos años de noviazgo, se habían casado en una ceremonia civil. Él era 12 años mayor que ella.

A pesar de la ruptura, DiMaggio no pasó ni un solo día hasta su muerte en 1999 sin recordar a su antigua esposa. Estaba obsesionad­o, la había divinizado hasta el punto de que dio la orden a una floristerí­a de que nunca faltaran flores frescas en su tumba.

Según cuenta Gay Talese en un extraordin­ario perfil, titulado «La temporada silenciosa de un héroe», DiMaggio se negaba a hablar de Marilyn. Relata cómo expulsó de su restaurant­e a un periodista que quería interrogar­le sobre su relación. «Ni siquiera hablo de ella con mis hermanos. Es un asunto absolutame­nte personal», le dijo.

Rock Positano, médico y amigo de DiMaggio, escribió un libro en el que desvela alguna de las intimidade­s de la pareja. Revela que Joe se sentía molesto por la falta de higiene de Marilyn, que era una persona con tendencia a la depresión. Pero también afirma que las relaciones sexuales entre ambos eran muy satisfacto­rias a pesar de que él no podía controlar sus celos.

Nada más casarse comenzaron los problemas. Decidieron celebrar su viaje de bodas en Japón. Al bajar de la escalerill­a

Adel avión en Tokio, cientos de reporteros gráficos esperaban a la musa del cine. Joe pasó inadvertid­o y se quedó sólo en la pista durante unos minutos hasta que los fotógrafos acabaron su trabajo. Fue una amarga sensación para un deportista que había batido todos los récords en el mundo del béisbol y que había sido un mito como jugador de los Yankees.

Las cosas empeoraron cuando Marilyn aceptó una invitación del Ejército para desplazars­e a actuar ante los soldados estadounid­enses en Corea. Fue un éxito apoteósico, inenarrabl­e. Y Joe, que se acababa de retirar, se dio cuenta de que ya no era el héroe al que todos pedían autógrafos y que había pasado a ser el marido de la actriz más famosa del planeta.

Se habían casado en enero y en septiembre Marilyn empezó a rodar «La tentación vive arriba». Ésta es la película en la que transcurre la famosa secuencia, rodada en la calle 52 de Nueva York, en la que ella muestra sus piernas tras levantarse su falda por una bocanada de aire del metro. DiMaggio, que asistía al rodaje, se puso histérico y tuvo una violenta discusión con su mujer. «¿Qué demonios está pasando? ¿No te das cuenta de que esta gente te está utilizando?», gritó Joe a su esposa en presencia de varios testigos.

El matrimonio atravesaba ya una crisis irreversib­le, las disputas eran constantes y los celos de DiMaggio eran atroces. Marilyn decidió pedir el divorcio en noviembre, alegando «crueldad mental». Un año después, se casó con el dramaturgo Arthur Miller.

Cuando Marilyn falleció a causa de una excesiva ingestión de barbitúric­os, DiMaggio se hizo cargo de la organizaci­ón de los funerales y pagó todos los gastos. Vetó la presencia de Frank Sinatra y de Peter Lawford en las exequias porque ambos habían introducid­o a la actriz en el círculo íntimo de los Kennedy. Según creía DiMaggio, esa mala influencia había provocado la muerte de su exmujer. Se rumoreaba por aquella época que Marilyn había mantenido una relación sentimenta­l con el presidente, algo que parece bastante probable.

DiMaggio, hijo de una saga de pescadores, quedó destrozado por su desaparici­ón. Ya había atravesado una profunda depresión que le sumió en el alcoholism­o en 1955 y que le obligó a recibir asistencia psiquiátri­ca. Había amueblado una casa en la bahía de San Francisco para formar una familia con Marilyn, que no podía tener hijos. Nunca llegaron a vivir en ella.

El mito de Marilyn siguió creciendo tras su muerte. Fue una mujer insegura y depresiva, que sufría ataques de pánico durante los rodajes. Pero tenía un magnetismo que desbordaba la pantalla y que atrajo a hombres como Joe DiMaggio, que se quemaron al acercarse al fulgor que irradiaba la estrella.

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Joe DiMaggio y Marilyn Monroe, en Canadá en 1953

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