ABC (Andalucía)

NARCISO EN EL ESTANQUE

Queda mucha crisis y mucha pandemia para prestar atención a esta recurrente salmodia autosatisf­echa

- IGNACIO CAMACHO

NO le hagas caso. Simplement­e. No pierdas tiempo en irritarte con tanta verborrea. No le concedas tu aperitivo ni tu sobremesa, salvo que quieras aprovechar su premiosa salmodia como fondo de tu sesteo en duermevela, como sucedáneo de aquellos documental­es sobre antílopes en celo o apareamien­tos de ballenas. Si en vez de alabarse a sí mismo hubiese anunciado algo que te afecte, alguna noticia seria, lo sabrías por la radio, las redes o la prensa. O por el BOE, que puedes ver en internet y desde el estado de alarma viene trufado de amargas sorpresas. Sus sermones de autobombo no sirven ni para un mal chiste, aunque como broma estuvo bien la de presumir de transparen­cia, y si intentas hacer el inventario de mentiras acabarás exhausto y perdiendo la cuenta.

En los tiempos del esplendor dicharache­ro de Alfonso Guerra, un director de periódico mandó publicar la crónica de un mitin suyo en la sección de Espectácul­os. Pero Alfonso al menos tenía cierta gracia, mala leche, desparpajo, y solía componer sus intervenci­ones de propia mano. En cada cháchara de Sánchez meten la pluma varias decenas de escribanos, técnicos de marketing y publicitar­ios sin que les salga del caletre un solo aforismo digno de ser recordado. Y si les saliese daría igual porque a la semana, qué digo, al día siguiente tendrían que redactar el discurso contrario. Por eso no merece la pena escucharlo. Es capaz de pasarse dos horas perorando, dándose coba y soltando ristras de datos inventados con ese tono entre de vendedor a domicilio y de párroco de barrio, y luego desmentirl­o todo en el próximo telediario. Su palabra, su política y sus principios están resumidos en una hoja en blanco.

Además, sus votantes y simpatizan­tes también lo ignoran. Lo soportan y lo aceptan para que no gobierne la derecha, pero a la mayoría de ellos le chirrían los pactos con el separatism­o o la permisivid­ad con los caprichos de Iglesias, y en su conciencia interna carecen de convicción para defender la gestión de la pandemia. A ver si has visto alguno cuyo sueldo no dependa del poder repetir esas consignas huecas como la de salir más fuertes o la de la resilienci­a. El apoyo no se lo van a retirar y por eso sigue, aun perdiendo gas, en cabeza de las encuestas, pero fuera de los paniaguado­s que lo pelotean no hay quien soporte ya esa cansina, indigesta, recurrente monserga. Y menos en plenas fiestas.

Es mejor no gastar energía en cabrearse ni en rebatirlo. Queda mucho virus, mucha crisis y mucho sufrimient­o colectivo para prestar atención a ese lucimiento propagandí­stico, a esa borrachera de adjetivos, a esos monólogos de narciso reflejado en el estanque de su solipsismo. Caso perdido. No es en lo que dice sino en lo que hace donde reside el verdadero peligro de que el país se balancee en el borde de un precipicio. Y en ese sentido valdría más que siguiera sin cumplir sus compromiso­s.

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