CASTILLOS DE ARENA
Nos hemos sentido desnudos y abandonados ante una pandemia que ciertamente nadie podía haber previsto
SIGUIENDO un rito habitual, Pedro Sánchez realizó ayer un balance triunfalista de su gestión a lo largo este año. No se podía esperar otra cosa, ya que hubiera sido absurdo comparecer para reconocer su mala gestión y las incertidumbres que ofrece el futuro. Zapatero y Rajoy hicieron lo mismo.
Pero la diferencia, de la que creo que no es consciente Sánchez, es que 2020 no ha sido un ejercicio ordinario, como los años precedentes, incluyendo los de la crisis que nos golpeó a partir de 2008. Se han producido unos profundos cambios que han hecho que el mundo no se parezca nada al que conocimos antes de la pandemia. Por eso, los esquemas mentales con los que el presidente explicó ayer la situación del país ya no valen.
Lo esencial no es que el PIB haya sufrido una fuerte caída, que el Gobierno haya intentado combatir la extensión de la pandemia o que se acaben de aprobar unos nuevos Presupuestos con un mayor gasto para paliar los efectos de la recesión. Tampoco es la estabilidad del Ejecutivo de coalición, que, según el presidente, agotará la legislatura. No, todas esas cosas son importantes, pero no son lo esencial.
Lo que ha sucedido a la vista de nuestros ojos es el derrumbe del Estado provisor, que garantizaba la salud y el bienestar de los ciudadanos, unido a una crisis de las instituciones que están demostrando que son incapaces de resolver los graves problemas que España tiene que afrontar en los próximos años.
Hasta hace poco, dábamos por seguro que el futuro sería mejor. Pero hoy un elevado porcentaje de ciudadanos está convencido de que las pensiones, los servicios públicos y la protección social sufrirán un inevitable deterioro a causa de la deriva en la que ha entrado no sólo el país sino también la Unión Europea.
Por mucho que no nos guste, hemos asistido al penoso espectáculo de una Administración ineficiente que no era capaz de responder a los requerimientos de los ciudadanos y hemos contemplado como las fortalezas del Estado se derrumbaban como frágiles castillos de arena. Nos hemos sentido desnudos, vulnerables y abandonados ante una pandemia que ciertamente nadie podía haber previsto.
Lo que ha quebrado es la confianza en el Estado porque, y esto va mucho más allá de la responsabilidad de Sánchez, tenemos unas Administraciones públicas, unas estructuras económicas y un modelo político que no funcionan. Todo ello se ha quedado obsoleto para afrontar los retos de un nuevo ciclo.
Esto no se arregla con las ayudas europeas ni con medidas para aliviar el desempleo. El Estado requiere una profunda transformación que va desde una regeneración ética a un rediseño de las instituciones y de las viejas políticas. Y esto no lo ha entendido un Gobierno que confía que, cuando el virus se haya ido, todo marchará sin hacer ningún cambio. Un espejismo en el desierto en el que estamos perdidos.