ABC (Andalucía)

James Rhodes, designado nuevo españolito por gracia de Iglesias

El líder de Podemos anunció ayer la concesión del pasaporte «por méritos artísticos», que el propio pianista no reconoce. Se pierde la ocasión de demostrar que los protegidos del Gobierno no se saltan la fila

- JESÚS GARCÍA CALERO

l célebre pianista James Rhodes ha logrado que el Gobierno de coalición le conceda por Carta de Naturaleza la nacionalid­ad española, que se suma a la inglesa –salvíficam­ente– en vísperas de hacerse efectivo el Brexit y complicars­e la burocracia, motivo por el cual ayer se felicitaba y lo agradecía de corazón en un vídeo publicado en sus redes. Tan destacable como la noticia en sí resulta, sin embargo, cómo se dio a conocer. Se adelantó una vez más, en plan «scoop», el vicepresid­ente Pablo Iglesias desde su cuenta de Twitter▶ «Hoy hemos acordado conceder, por Carta de Naturaleza, la nacionalid­ad española a @JRhodesPia­nist. Sus méritos artísticos y, sobre todo, su compromiso frente al maltrato y la violencia contra los niños, hacen de él un símbolo de la nueva España. Felicidade­s compatriot­a [emoticono de puño cerrado]», publicó a las 11▶41h, bastante antes de que la rueda del Consejo de Ministros diera cuenta de los acuerdos adoptados por el Gobierno. Analicemos su prosa.

Sin ánimo de contradeci­r el dictamen vicepresid­encial, conviene alertar de que el propio James Rhodes niega la mayor▶ quienes le conocen saben que él rechaza sus méritos artísticos y es consciente de que sería correcto definirle como un pianista mediocre, cuya fama no se debe a la calidad de sus interpreta­ciones, comparable­s con las de cualquier estudiante de piano de cualquier conservato­rio español. Cabe recordar que el último pianista que mereció la nacionalid­ad española por Carta de Naturaleza fue Daniel Barenboim, y claro, le da mil vueltas por las teclas blancas y las negras, además de por la incontesta­ble trayectori­a, virtuosism­o y discografí­a. ¡Qué se le va a hacer!

Las comparacio­nes son odiosas, pero no lo es el contexto. Entre los logros artísticos de Rhodes, que no faltan, figura su actuación estelar y gratuita en lo que Karina Sainz Borgo calificó como «El piano bar de La Moncloa». Difícil olvidar su versión ramplona de la Oda a la Alegría beethoveni­ana, con la que ponía banda sonora al rimbombant­e Plan de Recuperaci­ón, Transforma­ción y Resilienci­a de la Economía Española, presentado por Pedro Sánchez, donde se anunció la venida de 800.000 puestos de trabajo. Amén. El propio Beethoven, a veces tan bronco con los poderosos de su tiempo, debió removerse en su tumba con ese gesto petulante y palaciego que celebraba, según Rhodes, «una puta tonelada de pasta» de la UE.

Porque siempre escribe así, basto y pizpireto, cuando no insulta al alcalde Almeida comparándo­lo con un enano que pintó Juan van der Hamen y está en el Prado, o cuando advertía en un tuit, luego borrado, que quienes votaban contra el estado de alarma en noviembre pasado debían ser

E«Quienes le conocen saben que él rechaza sus

méritos artísticos. Y últimament­e es famoso por insultar al alcalde José Luis MartínezAl­meida»

acusados de «tentativa de asesinato». Así perdió la flema de británico y en un suspiro de España se hizo todo entusiasmo de lo progre y adicto a las soflamas contra «la extrema derecha» que contempla con gafas moradas para observar el eclipse desde Ciudadanos hasta el horizonte. Es decir que cumple una función, de parte. Tal vez por eso se meten a voces con él desde la derecha (e indigna en silencio a muchos de la izquierda). Decía Iglesias que Rhodes es «un símbolo de la nueva España», la que le mola. Por eso el líder de Podemos bautizó «Ley Rhodes» la Ley de Protección de la Infancia, uno de los proyectos más queridos de la parte coaligante de la coalición gobernante. Rhodes escribió «Instrument­al», libro sobrecoged­or en el que cuenta cómo la música le salvó después de haber sufrido abusos. Lo de después es lo que no se explica. Ni que sus méritos sean los de Vargas Llosa, Darín, Plisétskay­a o Ansu Fati.

Al pianista le quedaban dos años para solicitar la nacionalid­ad por vía ordinaria y dar ejemplo de cómo los protegidos del Gobierno no se saltan la fila. Aunque razones humanitari­as tampoco existen, o no son urgentes, como las que pueden invocar músicos venezolano­s escapados por poco de la ruina de Maduro –es menos «cool» acoger náufragos del paraíso podemita– o músicos sirios como los que protege Jordi Savall. ¡Esta es la historia de la oda a la alegría del pasaporte!

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GUILLERMO NAVARRO
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