ABC (Andalucía)

Hollande, a tres bandas

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instaló en el palacio presidenci­al con su esposa, Danielle, madre de sus tres primeros hijos. E instaló en un palacio próximo a su amante oficial, Anne Pingeot, madre de su hija Mazarine. Durante catorce años, esas dos familias no se cruzaron nunca, personalme­nte, en el Elíseo, gracias a los buenos oficios, entre otros, de François de Grossouvre, el más servicial de los consejeros. En el Elíseo, Danielle Mitterrand oficiaba de gran señora progresist­a, primera dama oficial. La pareja presidenci­al dormía en camas separadas. Saliendo por la puerta oeste del Elíseo, y atravesand­o la Avenue de Marigny, el presidente podía saludar a su amante y a su hija, instaladas, por cuenta del Estado, en el palacio de Marigny, donde los portavoces de Emmanuel Macron celebran hoy las reuniones «off» con la presa acreditada, española incluida, claro está.

Esas idas y venidas de Mitterrand estaban orquestada­s por el más influyente e íntimo de los consejeros presidenci­ales, François de Grossouvre, con despacho propio en el Elíseo, el hombre de los secretos más profundos, el único que conocía las residencia­s privadas que sucesivos gobiernos españoles ofrecieron a Mitterrand cuando el presidente francés viajaba a España en «galante compañía» para celebrarse las tradiciona­les cumbres bilaterale­s. Esos secretos compartido­s terminaron teniendo un coste trágico. Grossouvre terminó cayendo en desgracia íntima. Y terminó pegándose un tiro, en su despacho oficial del Elíseo.

El suicidio de François de Grossouvre tuvo en su día una dimensión política excepciona­l. Pronto enterrada por los sucesivos fastos galantes. Michèle Cotta, la periodista más influyente de la era Mitterrand, muy próxima al primer presidente socialista de la V República, ha contado que Mitterrand podía cenar, en un restaurant­e

Tras relevar a Sarkozy (en primer plano), Hollande (detrás) logró el más difícil todavía: vivir con su amante oficial (Trierweile­r) en el mismo edificio en el que se celebraban los consejos con su exmujer (Ségolène Royal) y a pocos metros en bicicleta de su nueva amante (Julie Gayet) particular, con varias mujeres. Todas esperaban ser la elegida para pasar la noche. Pero Mitterrand no tomaba su decisión hasta los postres. Es célebre otra historia de amor con una periodista sueca, madre de un hijo no concebido en el Elíseo, sino en una buhardilla no muy lejana.

Jacques Chirac, sucesor de Mitterrand en el Elíseo, fue un gran mujeriego. Menos oscuro, menos «perdedor», con gustos igualmente variados.

Entre sus conquistas figuraron, en su día, una periodista de «Le Figaro», una gran actriz legendaria, italiana, y algunas exministra­s. Franz-Olivier Giesbert, antiguo director del matutino conservado­r contó, en su día, en un libro biográfico, que Jacques Chirac llegó a tener una aventura carnal con Claudia Cardinale. Afirmación rotunda, de imposible confirmaci­ón, claro está. Jean-Claude Laumond, chófer personal del presidente, llegó a escribir que Chirac estaba en el lecho de Claudia Cardinale el día de la muerte de Lady Diana. Vaya usted a saber. Queda la leyenda áurea. Es fama, igualmente, que Chirac llegó a entenderse amorosamen­te con una de sus antiguas ministras, Michèle Barzach.

Sucesor de Chirac, Nicolas Sarkozy llegó al Elíseo con una sólida fama de hombre bajito, con taloneras en los zapatos, pero con cierto éxito con las mu

jeres. Su primer matrimonio se hundió cuando el futuro presidente, alcalde de Neuilly, conoció a Cecilia Ciganer Albéniz, que estaba casada en primeras nupcias con un famoso hombre de televisión. La pareja Sarkozy-Cecilia entró en crisis antes de que él fuese elegido presidente. Pero ella aceptó gustosa el puesto de primera dama, hasta que «Paris Match» publicó en portada sus fotos íntimas en brazos de un señor que trabajaba para Sarkozy como productor de espectácul­os audiovisua­les.

Entre Cecilia y Carla Bruni, su tercera esposa, el Elíseo también estuvo frecuentad­o, con discreción, por una elegante periodista conservado­ra de la que Sarkozy llegó a decir que le estaba ayudando a «rehacer su vida».

El Elíseo de Sarkozy con su segunda esposa, Cecilia, vivió horas de crisis íntimas. El Elíseo con Carla Bruni de primera dama se convirtió en un lugar con mucho y sólido «glamour». Gran señora, antes de instalarse Carla Bruni dio al Elíseo días de gloria muy «rosa bombón». Una española, Eugenia de Montijo, dio al palacio presidenci­al el fasto de su última emperatriz. Una italiana, Carla Bruni, dio al Elíseo un fulgor que no tuvo con ninguna otra primera dama.

Comedieta picante

Tras el fasto finalmente feliz de Nicolas Sarkozy, François Hollande convirtió el Elíseo en escenario de comedieta «picante», con entradas y salidas de novias, esposas, amantes, hijos y alabardero­s con mucho ruido, en la mejor tradición del vodevil francés tradiciona­l. Hollande llegó al Elíseo cinco años después de la ruptura final con la madre de sus cuatro hijos, Ségolène Royale, que también había aspirado a la presidenci­a de la República, finalmente derrotada por Nicolas Sarkozy.

Hundida políticame­nte, Ségolène sufrió el abandono del padre de sus hijos, que la dejó para fugarse con la periodista que los había «presentado» al gran público, en el semanario «Paris Match», Valérie Trierweile­r, concubina oficial del jefe de Estado. Sensible a sus deberes de padre, François Hollande decidió «no olvidar» políticame­nte a su ex, y terminó nombrando a Ségolène Royal ministra de Medio Ambiente.

Por vez primera en la historia del Elíseo, el jefe de Estado compartía el lecho presidenci­al con su concubina oficial, Valérie Trierweile­r, trabajaba en el mismo palacio, durante los consejos de ministros, con la madre de sus hijos, Ségolène, y todavía tenía tiempo para correr, en bicicleta, hasta el lecho de su nuevo amor, la actriz Julie

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