ABC (Andalucía)

Al menos hagan caso a la mujer del tiempo: no salgan

- Á. M.

Persiste la ola de frío y persiste la pandemia, de tal forma que el año ha comenzado como terminó, con estos dos asuntos monopoliza­ndo la actualidad y las conversaci­ones. Seguirán muy bajas las temperatur­as esta semana, con copiosas nevadas en el norte y en el centro de España y, visto la rampante evolución de los contagios, seguirá la incertidum­bre entre los ciudadanos a los que ya les quedan como remotas aquellas palabras de Sánchez a principios de julio, vanagloriá­ndose de haber derrotado al virus y animando a todos a salir a celebrarlo. El césar metido a profeta, y las dos cosas se le dan mal. Porque esa era una mentira más y seis meses después el mundo entero ha fiado todo a la vacuna porque del comportami­ento social no cabe esperar una victoria si tenemos en cuenta que cada día se descubre una macrofiest­a en un chalé, un bullicioso tumulto en un centro comercial para ver a unos paquirrine­s vestidos de Reyes Magos o reuniones clandestin­as en discotecas que terminan con adultos hechos y derechos detrás de la barra cuando llega la Policía. Y eso que hasta el tiempo habría echado una mano, que este frío no anima a salir de casa. Pero ni aún así. El pasado fin de semana hemos asistido a comportami­entos colectivos que no ayudan a tener confianza en el ser humano, con tres días de atasco, por ejemplo, en los accesos al puerto de Navacerrad­a. Si no escuchan el mensaje de los médicos, que al menos hagan caso al hombre o la mujer del tiempo.

Los 1.214 kilómetros de frontera entre Portugal y España no son, en realidad, una frontera sino un punto de encuentro. Todo un estilo de vida transversa­l marca el día a día de los ciudadanos que habitan a ambos lados de la Raia (o Raya), como se la conoce a nivel popular. Cuando los países de la Unión Europea cerraron sus puertas en plena pandemia meses atrás, parecía que los «hermanos» se iban a dar la espalda… pero no. Los lazos de unión son tan estrechos que están muy por encima de las medidas coyuntural­es.

Cierto que los portuguese­s no podían saltar a territorio español y lo mismo en sentido contrario, pero en el paso de Elvas (a solo 19 kilómetros de Badajoz) se veía la fraternida­d entre los policías portuguese­s y los guardias civiles españoles, hasta el punto de que los del cuerpo de seguridad portugués exclaman «hombre, amigo» cuando ven a tal o cual agente español. Basta el ejemplo para dar fe de una realidad de concordia que se traduce en decenas de estampas costumbris­tas. «Me espera una taxista de Badajoz que se llama Mamen», alegaba en marzo un madrileño ansioso por retornar a su punto de origen. «Ah, sí, la conocemos», respondió el guardia. Y no resulta extraño porque se ha asentado un verdadero microcosmo­s en la zona.

Fusión gastronómi­ca

La fusión de platos de las dos gastronomí­as, como varias formas de cocinar el bacalao, las variedades ibéricas del cocido tradiciona­l o el delicioso gazpacho del Algarve, simbolizan el peculiar paisaje lusoespaño­l, en el que cientos de personas cruzan cada día al otro lado para trabajar o deleitarse con el impresiona­nte patrimonio del Alentejo, Extremadur­a, el Algarve, Andalucía occidental, Salamanca, Trásos-Montes, Galicia o el valle del río Miño. Tampoco conocen fronteras las viñas de la ribera del Duero, tierra de excelentes vinos a un lado y a otro.

Los rincones de Olivenza, en Badajoz, exhiben los letreros de las calles en los dos idiomas. Es la única población de España que puede presumir de una iglesia, la Madalena, de estilo gótico manuelino, arquetípic­o de Portugal. Un lugar donde abundan los vecinos con doble nacionalid­ad y donde surgió Acetre, un peculiar grupo de folk bilingüe. Pero es la red de eurociudad­es el auténtico estandarte que proyecta la zona transfront­eriza en este siglo XXI. Son siete núcleos, cada uno compuesto por dos, tres o cuatro localidade­s. Las primeras en lanzar sus propósitos integrador­es fueron la localidad portuguesa de Chaves y la orensana de Verín. Y después, el triángulo Ayamonte (Huelva)-Castro Marim-Vila Real de Santo António.

A partir de ahí, Elvas, Campo Maior

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EFE

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