ALGO HA DEBIDO DE FALLAR
El amado líder de Corea del Norte reconoce el fracaso de su política económica y admite errores, pero sin cuestionar la viabilidad del comunismo
En los últimos años hemos tenido ocasión de ver a una ministra italiana de Trabajo llorar mientras anunciaba un plan de ajuste, a una consejera de Castilla y León emocionarse por los estragos del Covid entre el personal sanitario y a algún que otro dirigente japonés, muy contrito y afectado, reinterpretar el código de los samuráis, pero no a un caudillo comunista reconocer públicamente que no le salen las cuentas y que la economía –valga la expresión en semejantes circunstancias– no funciona. El amado líder de Corea del Norte admitió ayer el «fracaso» de sus políticas durante la apertura del octavo congreso del Partido del Trabajo, en el que hizo un alarde penitencial que contrasta con la autoindulgencia con que a este lado del mundo libre se redistribuyen las culpas para que, barriendo para fuera, salga indemne el que parte, reparte y avienta. El joven Kim admite sus errores, pero no dice cuáles; como cuando Pedro Sánchez, permanentemente elevado, se niega a reparar en los detalles de su propio desastre. El patrón de la dictadura norcoreana, al que un buen día Donald Trump invitó a dejar de tirar cohetes y ponerse a construir hoteles, prefiere hablar del fracaso de un plan que asumir la inviabilidad del comunismo. Por simple instinto de supervivencia, eso no se toca, ni siquiera en la China del capitalismo.