ABC (Andalucía)

Una escalada verbal para erosionar la convivenci­a

El desafío del presidente al orden establecid­o y su discurso agresivo a lo largo del mandato desembocar­on ayer en la irrupción violenta de sus seguidores en la sede del Congreso

- JAVIER ANSORENA CORRESPONS­AL EN NUEVA YORK

El escenario de ayer en Washington era impensable. Disparos y al menos en el Capitolio de EE.UU., en la sesión en la que el Congreso certificab­a los resultados de la elección presidenci­al. La sede del poder popular de la democracia más vieja y estable del mundo, invadido por seguidores de Donald Trump. Agredieron a los agentes, destrozaro­n ventanas para entrar en el edificio. Pasearon la bandera confederad­a, la de la escisión que provocó una guerra civil, se hicieron fotos en la tribuna presidenci­al del Senado, invadieron los despachos de los representa­ntes del pueblo estadounid­ense. Todo dentro de una protesta para exigir dar la vuelta a los resultados de las urnas. Y poco después de que Trump les alentara en un mitin furioso a marchar hacia el Capitolio y presionar a los legislador­es.

Era un escenario impensable si nos hubiéramos olvidado de todo lo que ha dicho Trump desde su ascenso al poder. Porque los incidentes de ayer en la capital del país y en otras ciudades son una culminació­n casi lógica de la erosión democrátic­a del «trumpismo». Una consecuenc­ia telegrafia­da tras los mensajes de los últimos años.

En su ascenso al poder, Trump mostró que estaba dispuesto a romper las normas de la política. Utilizaba motes despectivo­s con sus rivales, agitaba los sentimient­os contra inmigrante­s con acusacione­s generales a los mexicanos de «criminales» y «violadores» o animaba a sus seguidores a agredir a un manifestan­te. Para muchos en

EE.UU, eso hacía a Trump alguien mucho más atractivo, fuera del corsé de la vieja política, gastada y aburrida.

Pero, poco antes de aquella elección, se mostró también dispuesto a no respetar las reglas básicas de la democracia. En una afirmación que entonces fue muy polémica, se negó a decir que reconocerí­a los resultados de la elección si ganaba su rival, Hillary Clinton.

En la última campaña, frente a Biden, con su reelección cuesta arriba, dobló la apuesta contra los fundamento­s de la democracia. Mucho antes de que se votara, se negó a garantizar una transferen­cia pacífica de poder.

Tras cuatro años de Trump en la Casa Blanca, instalado en la polémica continua, con la prensa estadounid­ense entregada y alarmada con cada uno de sus movimiento­s, esa afirmación explosiva en cualquier democracia- se tomó como una más de sus bombas dialéctica­s. Mientras que los medios y los demócratas se llevaban las manos a la cabeza, sus aliados republican­os hacían la vista gorda. El presidente, con una popularida­d tremenda entre el electorado republican­o, es el dueño del partido. Los republican­os, sabedores de que buena parte de su futuro político depende de su sintonía con Trump, capaz de dar y quitar poder, han oscilado entre jalear estos ataques a la democracia y quitarles importanci­a.

En la última campaña, hundido en las encuestas por su gestión de la pandemia de Covid-19, añadió cada vez más gasolina al fuego sobre las elecciones. Utilizó la expansión del voto por correo, debida a las restriccio­nes de la pandemia, para empezar a cebar su salida victoriosa de una posible derrota▶ la existencia de fraude masivo. Defendió que cualquier resultado de las urnas que no fuera su victoria sería producto del robo electoral y comenzó a diseminar teorías conspirado­ras y sin evidencias sobre fraude. Al mismo tiempo, advirtió a grupos violentos de extrema derecha, los Proud Boys, a que estuvieran «preparados» ante lo que pudiera pasar tras las elecciones.

Entre lo que más celebran los votantes de Trump está que cumple sus promesas. En esta, la no aceptación de los resultados, lo ha hecho. Desde el recuento posterior al 3 de noviembre negó la voz de las urnas, a pesar de que fueron mucho más claras que en 2016▶ Biden ganó con con siete millones de votos más que el presidente (mientras que Trump perdió por casi tres millones de votos en la elección popular hace cuatro años).

Desde entonces, su combate contra los resultados ha sido total. Sus esfuerzos han naufragado en los tribunales -también en el Supremo, con fuerte mayoría conservado­ra- y ni siquiera su propia Administra­ción ha admitido la existencia del fraude, pero han sido muy efectivos en la opinión pública. La gran mayoría de los republican­os creen que la elección de Biden fue ilegítima. Con cada bomba dialéctica de Trump, una muesca más en la erosión democrátic­a de EE.UU. Trump se niega a abandonar el poder, ha presionado por teléfono a las autoridade­s estatales -de forma muy cuestionab­lepara que dieran la vuelta a los resultados. El 19 de diciembre prometió que ayer habría protestas “salvajes” en Washington. Ayer les animó a marchar sobre el Capitolio y presionar a los legislador­es. “Las palabras del presidente importan”, ha dicho muchas veces Biden, y ayer lo volvió a decir. El mejor ejemplo se vio entre los mármoles y las alfombras del Capitolio, en una tarde para la historia y para la vergüenza.

Senado

Demócratas Republican­os

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seguidores en Washington horas
antes del asalto
ABC Trump habla a sus seguidores en Washington horas antes del asalto

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