ABC (Andalucía)

Poeta del exilio y la luz

Hijo de Cipriano Rivas Cherif y sobrino de Manuel Azaña

- JUAN MANUEL BONET

En México, donde transcurri­ó parte de su exilio, ha fallecido el 3 de enero, a los ochenta y nueve años, el poeta madrileño Enrique de Rivas, que residió luego largos años en Roma. Hijo de Cipriano Rivas Cherif y sobrino de Manuel Azaña, parte de sus afanes literarios tuvieron que ver con la edición del legado de ambos.

Enrique de Rivas vivió como niño la República; la Guerra Civil, que pasó en Suiza; y el exilio. En Francia, fue testigo de cómo su tío logró escabullir­se de las garras de Urraca, mientras en cambio su padre no tuvo tanta suerte. Todas estas dramáticas peripecias, vistas a través de los ojos de un niño que llegó a México en 1941, y sólo volvería a reunirse con su padre en 1947, alimentan su principal texto en prosa, «Cuando acabe la guerra» (1992) editado, como casi toda su producción de la madurez, por Pre-Textos.

En 1949 publicó Enrique de Rivas sus «Primeros poemas», volumen minúsculo, hermano, tipográfic­amente, del primero de su gran amigo Tomás Segovia, niño de la guerra él también, y que cuidó la impresión de ambos. Lo abre una composició­n desgarrado­ramente titulada▶ «A la Catedral de León, sólo vista en fotografía». A su círculo más íntimo pertenecía­n entonces Diego de Mesa, Ramón Gaya, Emilio Prados o Antonio Espina. Estudiante en Puerto Rico y en los Estados Unidos, y luego profesor, más tarde se convirtió en traductor de la FAO, con sede en Roma.

De Enrique de Rivas, al que conocí en una cena romana tras un acto cervantino, y del que sería años después anfitrión en otro Cervantes, el de París, me queda el recuerdo de un ser fino e inteligent­e. Y me queda, nos queda su poesía. Escrita, por decirlo con un título suyo, «como quien lava con luz las cosas». Con algo a veces de mallarmean­a, y de espiniana▶ «ahondar / con la piqueta / en la hora / quieta». Hecha de aire y nostalgia, de lo visible y lo invisible, de amor y desamor. Amor también por Italia y sus ciudades. Especialme­nte por una Venecia donde frecuentó al olvidado Diego Valeri. Y por las paredes ocres, las cúpulas, los pinos, los cipreses, las fuentes y el gran río de una Roma donde volvió a coincidir con Gaya y María Zambrano, frecuentan­do como ellos a Cristina Campo y a Elemire Zolla.

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