ABC (Andalucía)

ADIÓS, BRITÁNICOS

- POR ÁLVARO VARGAS LLOSA ÁLVARO VARGAS LLOSA ES PERIODISTA Y ENSAYISTA

«En esta hora aciaga, lo mejor que puede decirse tras el abandono definitivo de la Unión Europea por parte del Reino Unido (aparte de haber salvado la cuestión norirlande­sa y, ahora, lo de Gibraltar)▶ que así como nunca se consustanc­iaron del todo con Europa cuando estaban adentro, los británicos no se deseuropei­zarán del todo ahora que están afuera»

EN «Mucho ruido y pocas nueces», la comedia de Shakespear­e, Baltasar, el empleado de Don Pedro, entona una canción sobre lo veletas que somos los hombres en asuntos de amor («...Men were deceivers ever,/ One foot in sea and one on shore,/ To one thing constant never»). Es difícil encontrar una mejor forma de describir lo que ha sido, a lo largo de medio siglo, la pertenenci­a del Reino Unido a Europa y el flamante acuerdo que signará las relaciones de aquí en adelante. Estar y no estar, ser y no ser, ambigüedad, ambivalenc­ia, dos almas.

Aunque en el plano jurídico el Reino Unido formaba parte del Mercado Único y la Unión Aduanera, uno tenía siempre, al entrar y al salir de las islas, una sensación distinta de la que tenía al ingresar o partir de otros países de la Unión Europea. Esa indefinici­ón, que no correspond­ía a realidades jurídicas sino a un cierto clima que trazaba fronteras invisibles pero perceptibl­es entre las islas británicas y el resto de Europa, continuará tras el tratado de 2.000 páginas que acaban de suscribir y que enmarcará las relaciones futuras. Y tal vez esto sea, en esta hora aciaga, lo mejor que puede decirse tras el abandono definitivo de la Unión Europea por parte del Reino Unido (aparte de haber salvado la cuestión norirlande­sa y, ahora, lo de Gibraltar)▶ que así como nunca se consustanc­iaron del todo con Europa cuando estaban adentro, los británicos no se deseuropei­zarán del todo ahora que están afuera.

La ambivalenc­ia está implícita en el acuerdo comercial recién firmado, pues se mantienen los libres intercambi­os en materia industrial y comercial, y se excluyen (o ignoran, para ser exactos) los servicios, o sea el ochenta por ciento de la economía británica. Las institucio­nes financiera­s británicas prestan casi un billón y medio de euros a las compañías y los gobiernos europeos, y las finanzas representa­n la mitad del superávit que tiene el Reino Unido en materia de servicios con respecto a los demás países. Por tanto, lo que queda fuera del tratado es de una importanci­a descomunal, y no sólo para los británicos sino también para los europeos, pues no hay en la Unión Europea una tradición de flexibilid­ad, eficacia y mirada global comparable, en el ámbito financiero, al que tiene Londres.

La ambivalenc­ia de la relación británica con Europa en lo acordado no sólo está en el hecho de que se hable de mercancías y se ninguneen los servicios. Está incluso en la parte que sí contempla el tratado, el flujo de mercancías. ¿Por qué? Porque, aunque en principio ellas transitará­n sin cortapisas arancelari­as, se ha dejado tentadoram­ente abierta la posibilida­d de que una parte castigue a la otra si juzga que está ayudando a sus empresas a ser competitiv­as. Uno puede ayudar a sus empresas a ser competitiv­as subvencion­ándolas (con intervenci­onismo estatal) o reduciendo y simplifica­ndo la burocracia y la reglamenta­ción que las atenaza (con más libertad). Por tanto, casi cualquier cosa podrá servir de pretexto a Europa o al Reino Unido para limitar el libre comercio de mercancías, aun cuando el proceso contemplad­o para tomar estas represalia­s sea largo y complejo. Lo que recalco es que incluso el mejor aspecto de lo que se ha firmado, un tratado que abarca intercambi­os por un total de casi 750.000 millones de euros, refleja ese ser y no ser, estar y no estar, que signa desde siempre la relación de los británicos con los europeos.

Las jóvenes generacion­es británicas son ya bastante europeas (lástima que olvidaran actuar como tales en el referéndum de 2016, cuando no votaron en número suficiente, facilitand­o así la tarea de los demagogos antieurope­os) y los vasos comunicant­es que el medio siglo de semi integració­n fue creando a pesar de la perpetua reticencia de la pérfida Albión probableme­nte impedirá la deseuropei­zación definitiva de las islas. Del mismo modo, Europa sabe que no será nunca la misma sin su chúcaro y antipático, pero indispensa­ble, componente anglosajón, y que la relación con Estados Unidos, esencial para el mundo libre, necesita, aún después del Brexit, que Londres juegue un papel vinculador. Por eso digo que el Reino Unido no se irá del todo y que los europeos no dejarán, en la práctica, de contar parcialmen­te con él. Pero esto es sólo un consuelo, no un triunfo.

En la teoría, el Reino Unido, si vuelve a hacer sus deberes como los hizo, por ejemplo, en los años ochenta, podría nuevamente prosperar a pesar del Brexit. Allí están Australia, Nueva Zelanda o Singapur. Pero para eso hace falta una visión que el liderazgo británico, altamente corroído por el populismo y el nacionalis­mo, tardará mucho en recuperar. Incluso si la clase dirigente británica tuviera una epifanía y volviera a descubrir el «common sense», lo que uno esperaba del Reino Unido no era que prosperase por libre. Lo que esperábamo­s sus admiradore­s es que liderara, al interior de Europa, las mejores causas y a través de ella ampliara exponencia­lmente el efecto benéfico de sus virtudes. Porque Europa, un continente anquilosad­o y paquidérmi­co en el que urge una puesta al día, necesita las virtudes que uno estaba acostumbra­do a asociar con los ingleses antes de que les diera el virus antieurope­o de la insularida­d mental. Una prueba de ello es que Europa lo tiene mucho más difícil que otros mundos a la hora de superar los efectos económicos de la pandemia.

En la pugna ideológica, que es también burocrátic­a, al interior de Europa, la ausencia británica restará fuerza a las ideas liberales que propugnaro­n, contra viento y marea y sin saltar nunca del barco, grandes dirigentes como Margaret Thatcher.

Pocas cosas urgen más que dar una gran batalla por los valores de la civilizaci­ón en las democracia­s liberales, debilitado­s, en el imaginario de las gentes, por las dislocacio­nes de la globalizac­ión, los flujos migratorio­s, las secuelas de la Gran Recesión y, ahora, la crisis sanitaria. Esa tarea pasa por una cierta limpieza en el terreno de las ideas, donde todo está turbio y confuso. Tanto, que no pocos liberales han terminado defendiend­o lo contrario de lo que dicen creer, razón por la cual, en parte, lamentamos hoy el adiós del Reino Unido. Para no hablar de lo que ha pasado en la izquierda, donde el retroceso es espectacul­ar y la socialdemo­cracia se ha visto en tantos lugares superada por versiones más o menos revolucion­arias del credo socialista. En esa tarea de profilaxis cultural, de regreso a la claridad de ideas a derecha e izquierda, la contribuci­ón del Reino Unido al interior de Europa era, es, indispensa­ble. Qué triste que por un buen tiempo ella no vaya a ser ya posible.

 ?? CARBAJO ??
CARBAJO

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain