ABC (Andalucía)

LECCIONES DE FILOMENA

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No es posible mantener de forma constante sistemas de respuesta para episodios que se producen cada medio siglo. Exigirlos o criticar que no los haya es caer en la demagogia

LA convergenc­ia de la borrasca Filomena con la masa de aire polar procedente de Europa ha desatado unas nevadas con precedente­s perdidos en el siglo pasado. Parte de la Comunidad Valenciana, Castilla-La Mancha y la Comunidad de Madrid se han visto golpeadas durante más de dos días por nieve y ventisca. El temporal se desplaza hacia el norte y el este de la Península, garantizan­do nuevos problemas de transporte y movilidad. La capital de España se ha visto especialme­nte castigada. Lo que sucede en Madrid tiene, además, un efecto en cadena sobre el área metropolit­ana, que abarca muchas decenas de kilómetros, autovías radiales por las que circulan decenas de miles de coches a diario, servicios ferroviari­os y aéreos y transporte de mercancías. Todo lo que la naturaleza descarga en Madrid lo hace con consecuenc­ias de enormes dimensione­s. El apoyo de la Unidad Militar de Emergencia a los servicios de la Comunidad de Madrid permitió el rescate paulatino de centenares de automovili­stas atrapados en las vías de circunvala­ción de la capital. También se produjeron bloqueos en provincias como Albacete, donde decenas de camiones quedaron atrapados a la altura de La Roda.

Las sociedades modernas y sus administra­ciones públicas disponen de infraestru­cturas humanas y materiales adecuadas a situacione­s comunes, con márgenes limitados para atender demandas inusuales, como las que ha provocado la borrasca Filomena. Desde 1971 no se vivía en Madrid una nevada similar a la de estos días. No es posible crear y mantener de forma constante sistemas de respuesta para episodios que se producen cada medio siglo. Exigirlos o criticar que no los haya es caer en la demagogia. Los estragos causados por Filomena no podían ser evitados por ninguna administra­ción pública, como si viviéramos en un país nórdico. Y, aun así, para las dimensione­s que ha alcanzado el temporal, particular­mente en la Comunidad de Madrid, parece que la respuesta pública ha sido más que razonable. Los que pretenden que el Estado evite al ciudadano hasta el más mínimo perjuicio, aparte de representa­r un intervenci­onismo peligroso, simplement­e engañan a la opinión pública. Las administra­ciones públicas llegan hasta donde lo permiten sus medios humanos y materiales, pero nunca pueden suplir la relajación de individuos que, a pesar de las advertenci­as y los pronóstico­s, se van a la montaña en vaqueros y zapatillas de deporte, o cogen el coche sin necesidad y sin cadenas. El interés general no es responsabi­lidad únicamente de los funcionari­os o del Estado, sino de cada ciudadano, ya sea no saliendo a la calle en plena nevada, ya sea poniéndose la mascarilla para no contagiar a familiares, amigos o compañeros de trabajo.

Siempre hay errores evitables y, por tanto, responsabi­lidades exigibles. Pero el oportunism­o político y la estrategia publicitar­ia sobran en estas circunstan­cias, en las que la obsesión enfermiza contra la presidenta de la Comunidad de Madrid, Díaz Ayuso, sigue presente en determinad­os medios y en determinad­os discursos. Ya se retrató la izquierda con el Prestige, o hace justo tres años, con el colapso de la A-6. No es constructi­vo para el país imitar al PSOE en sus peores gestos. Cuando se trata de afrontar los excesos de la naturaleza en una sociedad en la que es noticia de apertura la llegada de cualquier borrasca un poco intensa, la respuesta que hay que recibir de las administra­ciones públicas y sus dirigentes es la cooperació­n, para asegurar el funcionami­ento de las comunicaci­ones terrestres y aéreas –Renfe y Aena no son competenci­a de Díaz Ayuso–, garantizar el abastecimi­ento del comercio y facilitar ayuda a quienes lo necesitan.

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