ABC (Andalucía)

Conservar en frío

- JESÚS LILLO

La vacuna de Pfizer que los hospitales madrileños siguieron administra­ndo bajo la nevada de ayer se conserva a setenta grados bajo cero. No es para tanto. Ni frío ni calor. También la vida humana es capaz de desarrolla­rse, incluso en sus aspectos más accesorios, como el del juego, en las condicione­s más extremas y bajo la borrasca que ayer circulaba sin faros ni cadenas por una carretera de La Coruña inhóspita y desolada, monumento horizontal al miedo que genera el desamparo. En dirección a Madrid, de forma proporcion­al a la proximidad del kilómetro cero, no tiene pérdida, la vida rebrotaba. Ayer fue primavera. Las llamadas gubernativ­as al orden y a la clausura le entraron ayer al vecindario por un oído y le salieron por el otro. Había que ver, pisar y manosear la misma nieve, convertida en juguete urbano, que a la misma hora mataba y dejaba heladas a sus víctimas, en una mezcla de pobreza energética y riqueza de espíritu que refleja esa irresponsa­bilidad que a veces nos hace sobrevivir, la misma que nos llevaba a organizar en abril verbenas en los balcones mientras las campanas doblaban con sordina por unos muertos invisibles a los que ni siquiera se podía despedir. Venimos de un largo ciclo de restriccio­nes a la movilidad y de contención de riesgos y vamos subiendo los peldaños que llevan a otra de esas escaladas que terminan en encierro y tragedia. A lo largo de nueve meses de estado de alarma y nuevas anormalida­des nos hemos formado en la asignatura de administra­ción de responsabi­lidades. Vamos a por nota. La soledad que sugiere esta fotografía a doble página es la que nos acompaña, también invisible, metida en la cartera, como la estampa de un santo, en nuestros juegos de superviven­cia y desobedien­cia.

LAS revolucion­es serias terminan con la guillotina o con millones de personas deportadas a Siberia, pero las revolucion­es de pandereta suelen derivar en gamberrada­s, y se parecen bastante a esos asaltos de un puñado de estudiante­s que entran por la fuerza al despacho del decano y rompen dos cristales. De momento, participar en el inicio de una revolución vestido como si fueras a un concierto de invierno de un grupo de música cañera no permite lanzar arengas revolucion­arias, y para lo único que da es para robar el atril, porque entre la masa revolucion­aria parece que no había muchos oradores. La expresión satisfecha de este enemigo de Demóstenes, que parece tan contento como si a un grafitero le hubieran regalado un cajón de espráis acrílicos, parece una muestra del talante de la pandilla, algo similar a esas revolucion­arias que entran en una iglesia a pecho descubiert­o –y visible– para acabar de una vez por todas con las religiones del mundo.

El problema es que este puñado de gamberros ha desprestig­iado la dignidad de uno de los faros de la Democracia Liberal en el mundo, y ha logrado, en unos minutos, lo que tardará en recuperars­e con los ingredient­es del tiempo, la acción positiva y millones de dólares. Ninguna campaña de izquierdas para ensombrece­r la imagen de Estados Unidos ha sido más eficaz que la de estos populistas de derechas. En ese aspecto su eficacia es evidente.

Y, luego, claro, los daños colaterale­s. Cuatro vidas de los revolucion­arios y la de un policía, el quinteto de las víctimas de la sedición carnavales­ca, aunque los muertos no iban disfrazado­s de muertos, sino que empezaron vivos y terminaron siendo cadáveres. Nada es gratis. Y esto ha salido bastante caro. Lo peor, encima, es que han dado la vida, no por una patria mejor, o por un Estados Unidos más justo, sino para alimentar la soberbia de un ególatra, rico desde la más tierna infancia, llamado Donald Trump. No cabe duda de que Trump es inductor de estos homicidios con su grosera actitud, con ese matonismo que sería indigno no ya para un jefe de Estado, sino incluso para el modesto concejal de una localidad pequeña. Y es esa irresponsa­bilidad la que más me duele, y es esa impunidad del Narciso Pendencier­o y Bravucón la que más me indigna. Porque ha ensuciado el prestigio de su país, lo ha dividido en dos bandos que se odian, y ha dejado al Partido Republican­o que lo acogió escindido y destrozado, pero volverá a sus especulaci­ones en Manhattan –que aumentó sus riquezas de hijo de papá– o tornará a intentar de nuevo otro asalto a la Democracia. Pero tiene sus cómplices. Decenas de millones de ciudadanos que admiran su chulesca soberbia elaborada con dinero y poder. Y lo malo es que eso no sucede sólo en Estados Unidos...

tienen una gran relevancia para la salud a nivel mundial, ya que son numerosos

los estudios cientíDcos que han logrado demostrar di

ferentes efectos beneDcioso­s para el ser humano. Así, favorecen el equilibrio de la

microCora intestinal, la estimulaci­ón del sistema inmune, la competenci­a contra patógenos, o la mejora de la digestión, entre otros.

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ALVARO YBARRA ZAVALA
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