Peligro en los blancos
Con pandemia, con el mayor temporal de nieve en medio siglo y con nocturnidad televisiva, el Madrid comparecía en El Sadar. Que no se diga que las instituciones del fútbol son madridistas. A los «anti» esto incluso les parecerá un trato de favor porque no hay, como desearían, un foso de cocodrilos alrededor del campo.
Se jugaba el Osasuna-Real Madrid por… copones, que eran los que caían, y por los 40 operarios que puso el club local a cuidar del césped, como si fuera una infraestructura decisiva.
El campo estaba parcialmente nevado, blanquecino de un modo irregular, parecía la bandejita de cristal de un crápula cuando la fiesta se ha acabado.
¿Por dónde tenía «el bloque» el Osasuna? ¿Era bloquicorto o era bloquilargo? Más bien lo segundo. Se juntaba bien y se replegaba, que es lo peor que le pueden hacer al Madrid, replegársele.
Los de Zidane la tenían, pero el estado del césped hacía el partido algo más vivo, que importase más el pase
Herrera
Vidal
Aridane
David García
Cruz
Oier
Íñigo Pérez Moncayola
Rubén García (77) R. Torres
Calleri (78)
Jony (77) Budimir (78) rápido que el acarreo. Algún control salía rebelde, imprevisible y ligeramente absurdo como las réplicas de Rafael Amargo; la precisión de Kroos tampoco era la misma.
Pero el Madrid no acertaba con la forma de atacar. No hubo en la primera mitad más que una jugada de Hazard, que no fue chut ni fue pase. Osasuna, que buscó a Calleri con intención mas sin peligro, al menos hizo que tuviera que intervenir Courtois en un remate de Oier en el 29.
Con el frío se le notaba más la edad a Modric y parecía Keith Richards. Trataba de mover al Madrid, que no sabía muy bien si buscar el pase largo o la paciente combinatoria interior.