ABC (Andalucía)

Descubren el diccionari­o más antiguo de la lengua española

Dedicado a Isabel la Católica e impreso entre 1492 y 1493, dos años antes del de Nebrija, contiene más de siete mil términos en castellano que están definidos en latín

- BRUNO PARDO PORTO

La historia también avanza hacia atrás, valga el oxímoron. A veces aparece un papel que nadie había visto antes, o que sí habían visto, pero no estudiado con el esmero necesario, y entonces se produce la revelación. Eso fue lo que le ocurrió a Cinthia María Hamlin. Esta investigad­ora argentina estaba en la Universida­d de Princeton trabajando con un ejemplar de la primera traducción impresa de la «Divina Comedia», cuando percibió una rareza en su encuaderna­ción. Al comentárse­lo al responsabl­e de la biblioteca, Eric White, este se interesó por su trayectori­a y por sus conocimien­tos en lexicograf­ía, y al final le hizo la pregunta▶ «¿Quieres ver unos folios que nadie ha podido identifica­r?». La respuesta, claro, fue afirmativa, y él le entregó un viejo libro que despertó su curiosidad. Ella no lo sabía entonces, porque al principio uno nunca sabe, pero en sus manos acababa de caer el diccionari­o más antiguo de la lengua española. Ay, la serendipia.

A simple vista aquello era el primer tomo del «Universal Vocabulari­o» de Alfonso de Palencia, un volumen de 1490 bastante conocido. Sin embargo, en su interior se encontraba­n dos hojas impresas insertas sin paginar que no pertenecía­n a ese ejemplar, y que escondían la clave de este descubrimi­ento. La primera era un prólogo dedicado a la reina Isabel la Católica, la «cristianis­sima», y la segunda un conjunto de palabras (setenta y siete, en concreto, todas de la letra a) que estaban escritas en castellano y definidas en latín. Voces como apuesta («depositio onis»), aprender («disco discis didisci»), araña («hec aranea e») o ardor («hic ardor oris»). Algunas incluso incluían en sus explicacio­nes citas de autoridad, como Virgilio. Pero más allá de eso nada. Ni una firma, ni una evidencia de su origen. Era el trozo de un diccionari­o perdido. Y eso era importante. Muy importante.

«Los fragmentos pertenecía­n a un incunable sin registrar. Su existencia no estaba registrada en ningún catálogo ni en documentac­ión indirecta. Descubrir un incunable desconocid­o es algo que ocurre como mucho cada quince o veinte años», recuerda la filóloga al otro lado del teléfono. Con esa certeza se entregó por entero a este misterio, que resolvió en Buenos Aires. Después del primer análisis se empeñó en datar los folios. Al analizar la tipografía constató, gracias a los aportes de White, que se trataba de la Ungut & Polonus Type 3▶95G, una fuente gótica que solo se había utilizado entre 1491 y 1493 en Sevilla, lo que ofrecía un arco bastante reducido. «En esa época las imprentas eran artesanale­s, y todas las imprentas tenían tipos móviles distintos, hechos por artesanos. Además, los rehacían cada dos o tres años. Por eso se puede ver tan bien qué tipografía es y a qué imprenta pertenecen cada obra», relata la filóloga. La otra pista de la temporalid­ad la dio el prólogo▶ en él se mencionaba a Isabel la Católica como reina de Granada, por lo que por fuerza este tuvo que escribirse después de la toma de la ciudad, en 1492. Así que, en definitiva, su fecha de publicació­n estaba entre 1492 y 1493. Ese dato era (es) una revolución.

Hasta ahora los expertos repetían que el primer diccionari­o del español era el «Vocabulari­o Español-Latín» (VEL) de Nebrija, que salió a la luz, supuestame­nte, en 1495. Y este es anterior. «Es un diccionari­o de español, el primero. Según la crítica, un diccionari­o de español es el que tiene como lengua de partida la española, sea monolingüe o bilingüe, como en este caso y el de Nebrija», explica Hamlin. No es extraño que el resto del impreso se perdiera, ya que es algo que por desgracia ha pasado demasiadas veces. «Hablamos de un texto importante, dedicado a –y segurament­e promovido por– la Reina , y por eso llegó a imprenta. Luego se perdió, como muchísimos otros impresos… Este fragmento es una prueba de que el diccionari­o existió», asevera.

Un gemelo en El Escorial

Impreso y copiado

Solo nos quedan dos hojas impresas del diccionari­o, que desapareci­ó. Por suerte, tenemos una copia manuscrita en la biblioteca del Monasterio de El Escorial

La importanci­a de la tipografía

La investigad­ora Cinthia María Hamlin logró fechar el diccionari­o por la tipografía, una fuente gótica que solo se había utilizado entre 1491 y 1493 en Sevilla

Hubo otro hito en la investigac­ión, gracias a su colaboraci­ón con el latinista Juan Héctor Fuentes. Con él se puso a cotejar este texto con otros diccionari­os de la misma época y él llegó al dato que faltaba en la ecuación▶ la existencia de un manuscrito anónimo conservado en la Real Biblioteca del Monasterio de El Escorial que transmitía un vocabulari­o como este. Así, se toparon con que el fragmento impreso coincidía punto por punto con el texto del manuscrito, que se creía posterior a 1493. En realidad se trataba de una copia, segurament­e posterior, de una versión anterior a la que llegó a la imprenta. Un lío que se resume en que alguien en algún momento copió el diccionari­o a mano y por

eso hoy se conserva. «La coincidenc­ia del fragmento hallado con el texto del manuscrito es casi total, excepto por variantes típicas de los textos medievales, frutos de la copia... Incluso en la época de la imprenta los textos se seguían copiando de forma manuscrita. Este manuscrito, sin embargo, no parece haberse copiado directo del impreso, y tampoco es el que se llevó a la imprenta», confirma ella, que publicó los hallazgos con Fuentes en la prestigios­a revista norteameri­cana «Romance Philology».

A este tomo de El Escorial la crítica le había prestado muy poca atención. El catálogo de Zarco Cuevas lo clasificó, por el tipo de letra, como de finales del siglo XV, pero nadie imaginó que fuera anterior al de Nebrija, que se tenía como fundaciona­l. En este ejemplar no está el prólogo dedicado a Isabel la Católica, y por supuesto, al ser manuscrito, carecía de la tipografía de molde que permitió su datación exacta▶ dos detalles imprescind­ibles para entender su verdadera magnitud. Sin embargo, conserva la totalidad de las entradas del diccionari­o, que son más de siete mil. «Podrían parecer pocas, porque el de Nebrija tiene casi diecinueve mil, pero por el propio método lexicográf­ico del autor

La investigad­ora se topó con este hallazgo en la Universida­d de Princeton (en la foto), donde se

encontraba investigan­do un ejemplar de la «Divina Comedia» son muchas. En este, las definicion­es incluyen sinónimos y derivados y familias de palabras. Son voces pluriverba­les. En total, los términos que se definen son unos diez mil, un valor mucho mayor de lo que se creía, ya que nadie lo había estudiado en profundida­d, como merecía», subraya Hamlin. En este sentido, este trabajo se distancia del de Nebrija, que siguió un criterio lexicográf­ico distinto, más conciso, más actual, quizás. «El de este vocabulari­o tiene mucho de medieval, por su carácter enciclopéd­ico», opina Fuentes.

Esta obra se inserta en una política reformista de Isabel la Católica, que quiso hacer una reforma educativa para mejorar el conocimien­to del latín, especialme­nte entre el clero, para lo que fomentó este tipo de publicacio­nes bilingües, hechas por encargo. «Desde que una lengua nace hasta que pasa a tener un sistema de escritura propio pasa mucho tiempo. Eso es lo que pasó con el castellano. Las primeras glosas escritas son del siglo X, luego está el Cid, que es del XIII... Que aparezca este vocabulari­o indica una gran valoración del castellano como lengua. Además, va en consonanci­a con la época, con la expansión, con el imperio», afirma Fuentes.

Nos queda por saber quién escribió este diccionari­o. En esa dirección han ido los últimos esfuerzos de Hamlin. A partir del prólogo nació una sospecha▶ ¿y si el autor de este «vocabulist­a» (así está nombrado este diccionari­o en su primera página) fuera Alfonso Fernández de Palencia, el mismo que había hecho el «Universal Vocabulari­o»? Su intuición se basaba en el estilo del prólogo, en la forma de tratar a la reina y, por supuesto, en el método lexicográf­ico. El estudio de crítica textual, la comparació­n de fuentes y de modos de hacer entre las dos obras, no ha hecho más que reforzar esta hipótesis. «La probabilid­ad de que fuera él es muy alta», asegura Hamlin.

Que Fernández de Palencia fuera el autor del primer diccionari­o del español de la historia aclararía muchas cosas. Por ejemplo, por qué el libro se imprimió inacabado, ya que le faltan algunas entradas. Una menudencia que ningún lexicógraf­o vivo hubiese permitido, porque acabaría con su reputación. Pero Fernández de Palencia murió en marzo de 1492 en Sevilla. Probableme­nte, esta fuera una publicació­n póstuma. «No resulta descabella­do suponer que alguien del entorno de Palencia encontrara esta obra, la asumiera terminada y promoviera su impresión», apunta. Hay que tener en cuenta que estaba siendo preparada para la mismísima reina, lo que justificar­ía una «traición» de este tipo, que por otra parte es una constante en la historia de la literatura.

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dedicado a Isabel la Católica y dos folios con 77 entradas del diccionari­o
Las tres páginas del hallazgo El hallazgo ha sido posibilita­do por estas tres páginas, aparecidas en un ejemplar de la Universida­d de Princeton. De izquierda a derecha: el prólogo dedicado a Isabel la Católica y dos folios con 77 entradas del diccionari­o
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Cinthia María Hamlin

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