... y Casado
Su pardillez es propia de un eral con ínfulas de cinqueño
de las inquietudes que hacen reír a los SARS-CoV2 negativos. No hay ningún componente personal, individual o íntimo –y por lo tanto interesante– en las carcajadas que intercambian a la luz de los enfermos los hombres sanos.
A algunos de ellos la gran nevada les hizo levitar de gozo. Mientras el espectáculo era manso y algodonoso festejaron el temporal con cabriolas de renos adolescentes. Alguno de ellos acabó en urgencias de Traumatología horas más tarde, cuando el níveo manto
Por eso se apresuraron unos y otros, gobernantes y opositores, a asomarse al escaparate de las medallas autoimpuestas. Hubo quien, como Sánchez, lo hizo tres días más tarde, cuando España ya se había quedado sin sal y saltaba a la luz –a la más cara de la historia, por cierto– que las Administraciones Públicas habían vuelto a dejar a los ciudadanos desprotegidos ante el infortunio.
La desfachatez del presidente del Gobierno es digna de un perfecto mamarracho. También hubo quien, como Casado, salió a fotografiarse con una pala en la mano dispuesto a remover los montoncitos de hielo de un lado a otro, con un garbo propio de jornalero vestido de Emilio Tucci, para dar una impresión de utilidad que, desde luego, resultó utilísima para demostrar que por ese camino no iba a encontrarla.