LOS SUEÑOS
«Uno está desnudo frente a sus sueños, sin defensa, sin la posibilidad de rechazar nada»
PAUL Valéry tenía 21 años cuando una noche se cruzó con una mujer en Génova. Según sus propias palabras, fue una iluminación que no olvidaría en su vida. «Creí volverme loco en aquellas horas en las que deseé ser fulminado», confesó a un amigo.
No fue la última vez que el escritor vio a esta mujer, a la que se encontró más tarde en otras ocasiones. Pero nunca le declaró su amor, ni intentó acercarse. Según sus biógrafos, Válery reaccionó apartándose de la vida mundana y elaboró una filosofía de la renuncia.
Al leer los «Cahiers» de Valéry, recopilados en una maravillosa edición de La Pléiade, me topo con un capítulo que el autor francés dedica al sueño. Tal vez esa visión de la joven fuera una ensoñación. Y si fue una experiencia real, no hay duda de que le inspiró sus lucidas reflexiones sobre el tema.
«La realidad no existe en el sueño», escribe Valéry. Así es. Pero, como apunta Shakespeare, «estamos hechos de la materia de nuestros sueños». Tienen la ventaja de que nos permiten volar con absoluta libertad sin las ataduras de lo real. La literatura y el arte están, en buena medida, inspirados por ellos.
Valéry, que nació en Sète en 1871, se hallaba obsesionado con ser marino. Me lo imaginó en su adolescencia mirando el mar desde el cementerio que inmortalizó y desde el que se domina el mar. Estuve en 1974 en ese lugar y recordé sus versos▶ «El viento se levanta. Hay que intentar vivir».
Pero el destino le llevó a Valéry por los caminos de la poesía y la escritura. Por las noches, anotaba todo lo que se le ocurría en unos cuadernos que contienen miles de páginas y que eran la lectura favorita de Josep Pla, que los leía obsesivamente en su masía del Ampurdán al término de su existencia.
He leído en algún sitio que el general De Gaulle, que ordenó unos funerales de Estado, quiso enterrarle en 1945 en el Panteón. Pero finalmente descansa en el cementerio de Séte, que es donde mejor está, a la sombra de los pinos y la ginesta.
He soñado la pasada noche que me encontraba al borde de la tumba de Valéry mientras un viento huracanado arrastraba las cruces y las flores de los sepulcros. El mar tenía un extraño color vino homérico y las hojas de sus poemas volaban por un cielo cárdeno como el de las casullas de los curas en Adviento.
Como escribe en sus «Cahiers», uno está desnudo frente a sus sueños, sin defensa, sin la posibilidad de negar o rechazar nada. «Me despierto como un nadador contracorriente», observa. A casi todos nos sucede lo mismo al abrir los ojos cuando la realidad parece una fantasía desdibujada frente al poder de la imaginación.
Tal vez los vientos de Levante enloquecieron al poeta, atado al mástil como Ulises para evitar cualquier tentación, cuando se dejó llevar en su ocaso por una irrefrenable pasión por Jeanne Loviton, 32 años más joven que él. Fue un sueño.