ABC (Andalucía)

EL FUTURO QUE VINO

Las High-Techs toman el poder. Trump, ahora. Pero igual, cualquiera

- GABRIEL ALBIAC

UNA cautela básica. La de Spinoza▶ «No intentamos, queremos, apetecemos ni deseamos algo porque lo juzguemos bueno, sino que juzgamos que algo es bueno porque lo intentamos, queremos, apetecemos y deseamos». O sea▶ nuestro juicio moral –y político– es la máscara de nuestro deseo.

Mañana, Donald Trump –imagen quintaesen­ciada de «in-deseable» hortera– será un juguete desguazado. Roto, ya lo es. Y de vulgaridad extrema▶ pero, ¿a quién puede sorprender eso?, ¿no hay en España un Iglesias y un Sánchez? La vulgaridad se ha vuelto condición para sumar votos. Es lo propio de nuestras sociedades analfabeta­s. Sorprende, eso sí, la facilidad con que se trituró el cachibache. Y debemos entender el novedoso mecanismo de su alzado a los cielos y su desguace en los infiernos. En esa construcci­ón y demolición de un fetiche populista, se apuntan las nuevas mecánicas de poder sobre las cuales va a edificarse –se está ya edificando– el siglo XXI.

¿Qué ha sucedido con Trump? ¿Una asonada, indescript­iblemente chapucera, mediante la cual el general en jefe del ejército más poderoso habría lanzado al asalto del Capitolio a una cuadrilla de Halloween? Eso lo habrán de establecer los jueces. Es banal, en todo caso. La novedad sucede luego. Cuando Twitter desconecta la red de un presidente de los EE.UU. Sin mediación judicial. Por soberano arbitrio de un empresario privado, Mark Zukerberg, que acumula más poder que todos los mandatario­s del planeta. Porque posee la potestad de bloquearlo­s. Y, en un mundo virtualmen­te reduplicad­o, un poder al que se corte sus redes virtuales no es más que una masa inerte. Una elefantiás­ica impotencia.

Más allá de nuestro asco estético hacia Trump –o hacia sus iguales Sánchez o Iglesias–, deberíamos detenernos a reflexiona­r sobre esto que da fin al ciclo político nacido en 1789▶ el del poder representa­tivo al cual llamamos democracia. En él, ningún derecho podía serle negado al ciudadano (pordiosero o presidente), si no era mediante procedimie­nto judicial reglado.

Visto ahora, dos decenios después de su clausura, el siglo XX aportó una sola innovación política. Hace ahora un siglo▶ se llamó totalitari­smo, esto es, proyecto de cincelar mentes a la medida; hasta alcanzar esa «servidumbr­e voluntaria» que atisbara La Boétie en el siglo XVI. Fue, por fortuna inmensa, un intento fallido▶ faltaba la tecnología adecuada. Pero la tentación pervivió. Hasta nosotros.

Las High-Techs poseen hoy esa tecnología▶ todo pasa por sus redes. Sin excepción y por encima de ley y gobierno. Los utopistas del siglo XIX decían que los gobernante­s eran los capataces del capital. Se acabó eso. En una economía telecomand­ada, los capataces son excedentes. Y el gobierno, una excrecenci­a anacrónica. Las High-Techs toman el poder. Para producir deseos y satisfacer­los. Directamen­te. Trump, ahora. Pero igual, cualquiera.

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