SOPA DE GANSO
La suspensión de las autonómicas catalanas revela hasta qué punto es frágil la coalición informal en que se apoya el Gobierno. Consideraciones pandémicas a un lado, no se habría verificado el aplazamiento electoral si Esquerra no persiguiera sabotear un presunto éxito del PSC en las elecciones. El primer aliado parlamentario del Gobierno, en resumen, no es un aliado sino un rival.
La suspensión ha sido a su vez suspendida, cautelarmente, por el TSJC, con lo que la confusión sube de grado. En una nación que se ha hecho incomprensible, todo anda manga por hombro. Salvador Illa, candidato de los socialistas y símbolo de una gestión penosa como ministro de Sanidad, se ha convertido en la gran baza del Gobierno en el noreste; los amigos andan a la greña; y nadie sabe quién va a ganar al cabo, ni cuándo ni para qué.
Esto, con ser importante, no es lo principal. Lo verdaderamente grave es que, según opinión unánime de los expertos, el decreto de la Generalitat es antijurídico, o, lo que es lo mismo, quebranta la ley. ¿Se ha tocado a rebato? No. Los partidos constitucionalistas, interesados también en el aplazamiento, no han dicho nada de sustancia; el Gobierno no se atreve a malquistarse con quien todavía necesita, y el español normal, que no tiene por qué saber derecho constitucional ni administrativo, anda aturdido, sin referencias y sin rumbo. No comprende (¿alguien lo hace?) que haya que elegir entre una gravísima conculcación de la legalidad democrática, y una gravísima imprudencia sanitaria.
El desorden es como el cáncer▶ su vocación es expandirse y colonizar el organismo entero. Como es bien sabido, la decisión unilateral, por parte del gobierno castellanoleonés, de ampliar el periodo de confinamiento nocturno, contradice cláusulas expresas del decreto de estado de alarma. ¿Se trata de otra ilegalidad flagrante? Es probable que sí. En un Estado que todavía mereciera el nombre
«Federación» «El Estado de las autonomías ha dado un paso hacia la
anarquía»
de tal, Salvador Illa habría presentado recurso ante la justicia y paralizado simultáneamente las medidas adoptadas en la autonomía presidida por Fernández Mañueco.
No es eso lo que ha sucedido. Illa ha hecho lo peor que podía hacer. Cerrarse a revisar, como le piden las comunidades, el estado de alarma (lo que pondría en peligro manifiesto sus planes electorales), y dejar que Castilla y León opere como un Estado soberano. No ha sido más ejecutivo que una asociación, un despacho de abogados, o un particular. Esto suena a desplome. A desplome, quiero decir, del poder, lo cual suena a su vez a otra cosa perfectamente catalogada en el inventario de los conceptos políticos. En teoría, deberíamos estar asustados. No lo estamos, quizá porque todo es grave y al tiempo grotesco. Sea como fuere, conviene que andemos sobre aviso.
Sánchez está cosechando lo que él mismo sembró. Asesorado probablemente por Iván Redondo, un hombre de una ligereza incurable, decidió, a la vuelta del verano, soltar el timón y delegar en las comunidades la gestión de un problema, el del virus, que se había torcido desde el principio y que amenazaba con no enderezarse en lo venidero.
¿Se creó la estructura jurídica oportuna para deslindar competencias? ¿Se hizo algo que permitiese controlar la potencial manumisión de los territorios? No. Una idea, mejor, una consigna, sepultó cualquier estrategia seria▶ la de «federación». España, se nos dijo, es un país federal, o, lo que en la práctica equivale a lo mismo, el Gobierno soltaba la patata caliente… y allá se las compusieran consejeros, presidentes autonómicos o quien se terciara. Ahora estamos como estamos. El Estado de las autonomías ha dado un paso importante hacia la anarquía desenfrenada.
¿Es este el equipo que iba a levantar un nuevo régimen? ¿Son estos los Pigmaliones de la España futura, es de temer que no muy democrática, pero hecha para durar? Que venga Dios y lo vea. Con los mimbres de Sopa de Ganso, no se fabrica una epopeya.