Último superviviente del equipo fundador de la organización
Amediados de noviembre de 1956, pocos días después del alto el fuego que puso fin a la crisis del Canal de Suez, se desplegaron por primera vez soldados de varios países bajo la autoridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para interponerse entre los beligerantes, principalmente Israel y Egipto. Sin embargo, resultaba casi imposible distinguir a los soldados de la fuerza de interposición del resto. Un joven alto cargo de la ONU, el británico Brian Urquhart, resolvió el entuerto ordenando pintar de azul los cascos de sus soldados, una señal que aún perdura. Más allá de la anécdota, Urquhart también aprovechó el episodio para ir pergeñando la doctrina de las fuerzas de mantenimiento de la paz, cuya existencia no estaba contemplada en los objetivos iniciales de la ONU. Realista ante todo, pronto entendió que estas operaciones solo se podrían desarrollar en zonas donde no estuviesen en juego los intereses vitales de las grandes potencias; sin olvidar los tres requisitos imprescindibles para justificar la presencia de cascos azules▶ un amplio apoyo político, el uso de la fuerza entendido como último recurso y contribuir al fin de las hostilidades. Una doctrina que puso en práctica encabezando, hasta 1986, trece operaciones de paz, desde el Congo hasta Chipre, pasando por Oriente Medio o Cachemira.
En el Congo, corría el otoño de 1961, Urquhart estuvo a punto de perder la vida, tras ser secuestrado por tropas secesionistas del territorio de Katanga, siendo torturado durante varios días antes de ser rescatado por cascos azules a sus órdenes. El episodio sirvió para consolidar su reputación de diplomático de terreno. De no haber sobrevivido, se hubiera agravado la tragedia de la ONU, pues unas semanas antes un accidente aéreo –cuyas circunstancias siguen sin aclararse– en la misma zona acabó con la vida de Dag Hammarskjöld, uno de los cinco secretarios generales de la ONU con los que colaboró estrechamente. Sea como fuere, ya estaba bien curtido en el riesgo▶ la primera vez que rozó la muerte fue en 1942 cuando su paracaídas falló, durante un salto de entrenamiento, a 1.200 pies de altura. Se recuperó inesperadamente de sus graves heridas, retomó el combate y lo terminó siendo el primer oficial aliado en entrar en el campo de concentración de Bergen Belsen. Finalizado el conflicto, este diplomado de Oxford volvió a experimentar la aventura, al preferir la entonces embrionaria ONU a la seguridad de la diplomacia británica.