Estrecha relación
En la imagen superior, Ruth Kohnstam sostiene en brazos a su pequeño Pieter (a la izquierda, en una imagen reciente)
Los Frank invitaron a mis padres a ocultarse con ellos, pero yo tenía solo seis años y no creían que pudiese estar quieto y callado tanto tiempo, así que, sin un plan determinado, huimos. Mi abuela se quedó atrás porque no era posible llevarla», relata la separación.
Ropa mojada
Mientras Anna escribía su diario de confinamiento, Pieter y sus padres se pusieron en manos de «unos amigos cristianos que nos ayudaron a huir a Maastricht». Desde allí recorrieron fundamentalmente a pie la ruta a través de Bélgica y Francia hasta Barcelona, durante un año, en 1942. «Llovía. Teníamos la ropa mojada durante días y días. Comíamos si había algo. Caminábamos en condiciones parecidas a las de muchos refugiados», lamenta.
Su principal recuerdo de aquella huida es el miedo. «Mi padre solo sabía un poco de inglés, pero con fuerte acento
Imaginación «Anna dejaba
volar su imaginación, escribía y jugaba
conmigo»
alemán, por lo que era mejor que no hablase con nadie. Mi madre se desenvolvía mejor, pero era muy peligroso que una mujer sola entrase en un pueblo a pedir ayuda». Anna murió a los 16 años en el campo de concentración de Bergen-Belsen. Pieter embarcó en el «Cabo de Buena Esperanza» en el puerto de Barcelona, rumbo a Argentina. Desde allí seguiría a Estados Unidos y hoy vive en Venice, Florida.
Ahora que la pandemia impide los viajes, continúa su labor por medio de videoconferencias sobre su libro, titulado «Coraje para vivir». Anna tendría hoy 90 años. «Les diría a los jóvenes que no permitan que suceda nunca más el nacionalsocialismo y que mantengan la esperanza. No querría olvidar aquellos tiempos de paz en los que las personas eran amistosas entre sí, en las que jugábamos despreocupados en la calle o íbamos a la escuela, sin ocupación, discriminación o traición».